Los mil ruidos, bullentes e imprecisos del
verano, forman en
Aoslos, una alfombra de sonido pegada a la tierra. Viene a ser como un maravilloso sortilegio en el que todos los visitantes quedan prendidos.
Ahora, podemos olvidarnos del estrés madrileño y dejar aparcado nuestro medio de transporte en cualquiera de los múltiples espacios existentes para disfrutar de un relajante
paseo a pie. Descendiendo por la
calle Real descubriremos a mano izquierda la construcción rústica y tradicional perteneciente a la
iglesia de
San Isidro, patrón de la localidad, junto a un diminuto y recogido prado cerquita de la
carretera.
Unos metros más adelante, a nuestra derecha, una pequeña plazuela con una
fuente de granito nos indica la existencia de la coqueta y única taberna,
panadería, charcutería y “un poco de todo” existente en la población. Sus diligentes y amables dueños nos servirán con mucho gusto un excelente café, una bebida bien fría o unos deliciosos torreznos recién cocinados que nos sabrán a verdadera gloria. Aoslos, un pequeño
pueblo madrileño, donde la vida sigue igual que hace cientos de años. Cada vez con menos gente pero sucediéndose las
estaciones con la encantadora, y echada en falta vieja rutina de siempre. Tan lejos y tan cerca de las
calles de
Madrid.