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ARANJUEZ: LA CORTE DURANTE EL SIGLO XVIII Los Reyes en Aranjuez...

LA CORTE DURANTE EL SIGLO XVIII

Los Reyes en Aranjuez

El gran apogeo de Aranjuez como Sitio Real, llegó en el siglo XVIII bajo la monarquía de los Borbones. Fue entonces, con aquella Corte viajera a fecha fija, que recorría los Sitios Reales año tras año con una puntualidad inusitada y una fidelidad inquebrantable, cuando Aranjuez vio transformar poco a poco su fisonomía hasta convertirse en algo bien distinto de lo que había proyectado en su día el fundador, Felipe II a quien se debieron los primeros desmontes, trazado de avenidas y plazas ajardinadas y, sobre todo, las canalizaciones para el regadío que convirtieron el lugar en el vergel en que es hoy el Sitio de Aranjuez.

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Es un día cualquier de otoño en Madrid; estoy en la estación de Atocha-Renfe; es bastante temprano. La mañana está triste, desapacible; hay mucho ajetreo en el vestíbulo central rebosante de seres humanos: unos, indiferentes, nerviosos, cansados; otros, ilusionados, esperanzados... Van, vienen, de aquí para allá, arriba, abajo; aturde el ansia, ronco bullicio; ruidos, altavoces, llamadas, avisos, anuncios... Andén 4, Puertollano, Córdoba, Alcalá, Toledo, Sevilla, Guadalajara, Segovia, Chamartín, andén 6... Aranjuez. Me llaman, ese es mi destino.

Subo al tren, cómodo, no muy abarrotado, que me va llevando, me va alejando de un Madrid gigante, agresivo. A un lado veo fábricas derruidas, contenedores descoloridos; al otro lado, vías muertas, antiguos edificios, orgullosos rascacielos ultramodernos; el tren, limpio, se va moviendo como con prisa; cruza por entre uniformes construcciones impersonales, va desapareciendo. Atrás queda la silueta amplia, majestuosa de la gran urbe dedicada de lleno a su afán cotidiano dentro del engranaje inevitable de la poderosa máquina: trabajo, dinero, ambición, poder, progreso, éxito y fracaso.

Y el tren, sereno, sigue marchando; cruza el Ciempozuelos cinturón industrial, San Cristóbal, Getafe, Pinto, ... A través de la ventana el paisaje ahora es completamente distinto. Palpo la niebla, los montes están yermos, diviso con dificultad las vías y postes repetidos. Siento la distancia y contemplo, en silencio, el monótono discurrir del tren hacia mi punto de encuentro.