Escudo en lápida funeraria, perteneciente a la Orden de la Jarra siglo XV.
Cuenta la leyenda que, allá por el año 1044 después de
Cristo, García Sánchez III, rey de Nájera-Pamplona,
Álava y parte del condado de Castilla, salió de
caza por los bosques najerinos con un halcón adiestrado sujeto al puño de su guante.
Allí, entre los
árboles, algo atrajo su atención y la de su ave: el vuelo raudo de una perdiz. De inmediato, el rey liberó al halcón, que comenzó a perseguir a su presa; ésta, viéndose en peligro, buscó
refugio entre unas
rocas, y hacia ellas se lanzó su rapaz enemigo.
Al no aparecer ninguna de las dos aves, el monarca, intrigado, se aproximó a las rocas, rodeadas de maleza. Apartó las hierbas con su espada y descubrió la entrada de una galería, acuciado por su curiosidad, el rey dio un paso y comenzó a avanzar por su oscuro
túnel. De pronto, un misterioso resplandor y una suave fragancia sorprendieron al monarca, quien, guiado por esa luz y ese delicado aroma, llegó hasta una
cueva situada en las entrañas del
monte najerino.
La escena que contempló le hizo postrarse en actitud reverente: sobre un
altar tosco iluminado por la luz de una lámpara ardiente, relucía una imagen de la
Virgen. Junto a ella descansaba una jarra de azucenas y parados frente a la imagen, como fascinados, se encontraban los dos pájaros rivales.