Las vigas de las
casas viejas del
pueblo son de enebros, lo que prueba la abundancia de estos
árboles en el siglo XVIII y el XIX, y su gran tamaño a pesar de su lento crecimiento. Sin embargo, los testimonios de comienzos de siglo XX nos dicen que el Cerro estaba ya completamente pelado. Los cultivos cubrían las faldas de las laderas, los numerosos rebaños pastaban habitualmente por él, y la gente recogía las matas casi antes de que hubieran asomado de la tierra. Esa situación se prolongó hasta después de la guerra civil.