Tampoco se pueden desdeñar otras razones para fundar el Monasterio, como la celebración de la primera victoria de Felipe II como rey, la afrenta que la mención a la Batalla de San Quintín -que se libró a apenas ciento cincuenta kilómetros de París- suponía hacia Francia, la veneración al mártir español San Lorenzo, en unos tiempos en los que la Reforma atacaba el culto a los santos y a las reliquias, o la necesidad de crear un centro unificador de la nueva fe que surgía del Concilio de Trento.