La imponente
estatua de Salomón en el centro de la
portada de la
Iglesia deja claro la ortodoxia de la idea y el gusto de Felipe II por el Antiguo Testamento. El rey nunca hubiera consentido frivolidades o insinuaciones sobre la tumba de su padre sin una base real. Muchos autores, siguiendo un famoso artículo de René Taylor, han buscado connotaciones ocultistas y mágicas en la comparación con el
edificio bíblico, lo que parece difícil dado la inflexible religiosidad de Felipe II.