Sin embargo, tras la llegada al trono de la dinastía de los Borbones, el
monasterio de
El Escorial cayó en un profundo letargo. Las líneas simples y la sobria majestuosidad de su decoración no eran en absoluto del gusto de Felipe V, un soberano criado a la
sombra de los espectaculares fastos versallescos. De ahí que tanto él como su hijo Fernando VI prefirieran otras residencias reales, como Aranjuez, La Granja o la Quinta de El Pardo, para sus jornadas de descanso.