EL ASALTO AL COLEGIO Y EL MARTIRIO
Estaban terminando de comer cuando allí se hallaban, cuando oyeron fuertes golpes en la puerta. Los milicianos entraron como tromba incontenible. El hermano Orencio Luis fue obligado a enseñarles todas las dependencias de la casa por si había armas... Entre tanto, los niños habían salido. Unos de los milicianos quiere obligar al hermano Aquilino Javier a destruir un crucifijo; ante su negativa, él mismo lo descuelga y arroja con furia al suelo, donde lo rompe a culatazos. La turba iba apoderándose de todo lo que pudiera tener algún valor. En la Iglesia, su afán iconoclasta les lleva a la destrucción del Vía Crucis, las estatuas de los altares y las pilas de agua bendita. José Gorostazu, que prestaba servicios en el fregadero, fue el primero en morir al afearles su conducta. Eso bastó para que, cayendo sobre él con patadas y culatazos, le dispararan y dejaran agonizante en el atrio de la capilla, sin que la víctima cesara de gritar ¡Viva Cristo Rey!
Los milicianos dudaban del carácter religioso de los hermanos al verlos en traje civil y decirles los chicos que eran sus maestros, sin más especificaciones. Algunos de entre ellos volvieron al pueblo para cerciorarse; los otros obligaron al hermano Arturo Gregorio, cocinero de la casa, a servirles una suculenta comida. Cuando se convencieron de su condición religiosa, les cachearon. él botín fueron crucifijos, escapularios y medallas... Luego, brazos en alto, les condujeron a la puerta de la capilla. --Volveos, que vais a morir, les dijeron --Nosotros no morimos de espaldas, sino de frente, "Viva Cristo Rey" La descarga de los fusiles se cobró la vida de ocho hermanos. Los dos restantes, por consejo del superior, se habían refugiado para cuidar de los niños. El hermano Arturo fue degollado en las duchas y posteriormente apuñalado. "Algunos días más tarde -dijo un novicio menor-vimos todavía rastros de sangre y trocitos de carne en el salón de duchas". Por su parte, el hermano Orencio Luis se había refugiado en la carbonera de la calefacción. Al sentir venir a los milicianos salió de su escondite y les dijo: 'Me buscáis para matarme; aquí me tenéis; tirad'. Allí mismo dejaron su cuerpo exánime.
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Estaban terminando de comer cuando allí se hallaban, cuando oyeron fuertes golpes en la puerta. Los milicianos entraron como tromba incontenible. El hermano Orencio Luis fue obligado a enseñarles todas las dependencias de la casa por si había armas... Entre tanto, los niños habían salido. Unos de los milicianos quiere obligar al hermano Aquilino Javier a destruir un crucifijo; ante su negativa, él mismo lo descuelga y arroja con furia al suelo, donde lo rompe a culatazos. La turba iba apoderándose de todo lo que pudiera tener algún valor. En la Iglesia, su afán iconoclasta les lleva a la destrucción del Vía Crucis, las estatuas de los altares y las pilas de agua bendita. José Gorostazu, que prestaba servicios en el fregadero, fue el primero en morir al afearles su conducta. Eso bastó para que, cayendo sobre él con patadas y culatazos, le dispararan y dejaran agonizante en el atrio de la capilla, sin que la víctima cesara de gritar ¡Viva Cristo Rey!
Los milicianos dudaban del carácter religioso de los hermanos al verlos en traje civil y decirles los chicos que eran sus maestros, sin más especificaciones. Algunos de entre ellos volvieron al pueblo para cerciorarse; los otros obligaron al hermano Arturo Gregorio, cocinero de la casa, a servirles una suculenta comida. Cuando se convencieron de su condición religiosa, les cachearon. él botín fueron crucifijos, escapularios y medallas... Luego, brazos en alto, les condujeron a la puerta de la capilla. --Volveos, que vais a morir, les dijeron --Nosotros no morimos de espaldas, sino de frente, "Viva Cristo Rey" La descarga de los fusiles se cobró la vida de ocho hermanos. Los dos restantes, por consejo del superior, se habían refugiado para cuidar de los niños. El hermano Arturo fue degollado en las duchas y posteriormente apuñalado. "Algunos días más tarde -dijo un novicio menor-vimos todavía rastros de sangre y trocitos de carne en el salón de duchas". Por su parte, el hermano Orencio Luis se había refugiado en la carbonera de la calefacción. Al sentir venir a los milicianos salió de su escondite y les dijo: 'Me buscáis para matarme; aquí me tenéis; tirad'. Allí mismo dejaron su cuerpo exánime.
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