Seguimos la carretera y llegamos a la casa de la cultura, típico bar de pueblo repleto de madera por doquier, con preciosos manteles de cuadros verdes y románticas velas, infinidad de objetos antiguos decoraban originalmente el local en cuestión, vamos el lugar perfecto para el vinito y para otras "delicatesen": lacón con queso, judiones de la Granja, callos con garbanzos, cocido, entrecot, chuletillas de lechazo, judías pintas... Al final decidí por el pote. La sobremesa fue ideal. Los regentes de la Casa de la Cultura nos "liaron" y aparecieron Antonio y Ana, dueños de una preciosa casa rural en la que descansamos. Además ofrecen la posibilidad de realizar senderismo y rutas 4por4.