AQUEL DOMINGO DE EXCURSIÓN POR LA SIERRA DE MADRID
Aquel domingo del mes de noviembre, de 1988, los dos amigos se dispusieron, a irse de excursión a las faldas de la Sierra de Madrid, y llegaron temprano a Hoyo de Manzanares, donde tomaron café, y allí dejaron aparcado su coche, empezaron su subida, camino de la llamada Tortuga, sus fuerzas eran las de dos hombres metidos en su oficina, y faltos de caminar entre piedras y encinas, como aquel ascenso parecía, los primeros kilómetros fueron de esfuerzo, y a la vez de rachas de viento helado, pero ellos no estaban dispuestos a volver a su automóvil sin mercancía, sin apenas darse cuenta, la niebla se les echo encima, y dejaron de contemplar a Hoyo y en la lejanía a Madrid, el frío se hacía insoportable, y aunque intentaban taparse las orejas y nariz, sentía un inmenso mal estar general, apenas habían cogido alguna seta, y la sierra se volvía contra ellos, ya no diferenciaban el norte del sur, ni la cima de la bajada, intentaron en aquel momento tranquilizarse, pero sin conocer el terreno era difícil el caminar sin perderse, ninguno de los dos tenía teléfono móvil, que en aquellos años ya se iniciaba su uso, de pronto en la niebla apareció un zorro, que sus ojos brillaban como faros de luz, sintieron miedo, ya que el olor que desprendía era fatal, y el animal casi digamos que apenas se espantó, se ve que la presencia del hombre, no le infundía mucho respeto, continuaron andando sin rumbo, entre aquellas piedras gigantes que a veces las rodeaban unas encinas retorcidas y no muy altas, sin a ver pasado el miedo de ver a el zorro, sintieron las piedras que se movían, en su entorno, y entonces en aquella blancura sin visibilidad, les dio pánico, e intentaron salir corriendo, pero no podían dirigirse a ninguna parte conocida, de pronto un bramido de toro, se escuchaba al lado suyo, en ese momento los dos amigos accedieron a una encina medio retorcida, y de más intenso ramaje de las demás, que no les fue difícil el subir, ya que tenía muchos brotes a su alrededor. Sin pasar apenas minutos, vieron a un toro negro grande, que les miraba fijamente desde el suelo pedregoso, ellos callados, sin hacer comentario alguno, trataban de esperar que el toro se marchara, pero era difícil, el toro les miraba, y con las pezuñas intentaba rascar el suelo, que era de piedra, de vez en cuando un bramido les hacía temblar, el frío al estar parados en la parte alta de la encina, era más grande, pero el miedo aquel toro, les hacía olvidarse de su frío serrano. Pasaron como unas cuatro horas subidos a la encina, sin saber qué hacer, ni como acabaría aquel encuentro fatal en plena sierra de Madrid, cuando apareció otro toro, que parecía ser hermano del que llevaba allí vigilándoles ese tiempo, de pronto la niebla parecía irse disipando, y lograron ver el paisaje desde la altura de Hoyo de Manzanares, aunque el miedo a bajarse de allí era enorme, sin apenas meter ruido, y dejando en el campo las cesta de los soñados nísperos o setas, trataban de bajarse por entre aquellas piedras, hacia el pueblo más cercano, de pronto uno de los dos hombres, resbalo y su pierna derecha le parecía imposible de fijar en el suelo, entre los dos amigos cortaron una rama, para que pudiera apoyarse en ella, y así con la ayuda del otro amigo, caminaron entre aquellas piedras enormes, de granito como eran los antiguos adoquines, de las ciudades, creo que en Madrid, existieron adoquines de dicha sierra, trabajados por los picapedreros de dicha localidad, el retorno a Hoyo de Manzanares, fue terrorífico, los dolores no cesaban, y la herida producida sobre su pierna, la trataron de taponar con sus pañuelos, e incluso con una bufanda, Así llegaron a Hoyo de Manzanares, y desde allí a Madrid al Hospital, donde fueron atendidos y su pierna curada y después escayolada, para poder seguir siendo un excursionista, dispuesto a pasar frío y miedo, más el recuerdo de aquel día, ya le tendrían en su mente para toda su vida... G X Cantalapiedra.
Aquel domingo del mes de noviembre, de 1988, los dos amigos se dispusieron, a irse de excursión a las faldas de la Sierra de Madrid, y llegaron temprano a Hoyo de Manzanares, donde tomaron café, y allí dejaron aparcado su coche, empezaron su subida, camino de la llamada Tortuga, sus fuerzas eran las de dos hombres metidos en su oficina, y faltos de caminar entre piedras y encinas, como aquel ascenso parecía, los primeros kilómetros fueron de esfuerzo, y a la vez de rachas de viento helado, pero ellos no estaban dispuestos a volver a su automóvil sin mercancía, sin apenas darse cuenta, la niebla se les echo encima, y dejaron de contemplar a Hoyo y en la lejanía a Madrid, el frío se hacía insoportable, y aunque intentaban taparse las orejas y nariz, sentía un inmenso mal estar general, apenas habían cogido alguna seta, y la sierra se volvía contra ellos, ya no diferenciaban el norte del sur, ni la cima de la bajada, intentaron en aquel momento tranquilizarse, pero sin conocer el terreno era difícil el caminar sin perderse, ninguno de los dos tenía teléfono móvil, que en aquellos años ya se iniciaba su uso, de pronto en la niebla apareció un zorro, que sus ojos brillaban como faros de luz, sintieron miedo, ya que el olor que desprendía era fatal, y el animal casi digamos que apenas se espantó, se ve que la presencia del hombre, no le infundía mucho respeto, continuaron andando sin rumbo, entre aquellas piedras gigantes que a veces las rodeaban unas encinas retorcidas y no muy altas, sin a ver pasado el miedo de ver a el zorro, sintieron las piedras que se movían, en su entorno, y entonces en aquella blancura sin visibilidad, les dio pánico, e intentaron salir corriendo, pero no podían dirigirse a ninguna parte conocida, de pronto un bramido de toro, se escuchaba al lado suyo, en ese momento los dos amigos accedieron a una encina medio retorcida, y de más intenso ramaje de las demás, que no les fue difícil el subir, ya que tenía muchos brotes a su alrededor. Sin pasar apenas minutos, vieron a un toro negro grande, que les miraba fijamente desde el suelo pedregoso, ellos callados, sin hacer comentario alguno, trataban de esperar que el toro se marchara, pero era difícil, el toro les miraba, y con las pezuñas intentaba rascar el suelo, que era de piedra, de vez en cuando un bramido les hacía temblar, el frío al estar parados en la parte alta de la encina, era más grande, pero el miedo aquel toro, les hacía olvidarse de su frío serrano. Pasaron como unas cuatro horas subidos a la encina, sin saber qué hacer, ni como acabaría aquel encuentro fatal en plena sierra de Madrid, cuando apareció otro toro, que parecía ser hermano del que llevaba allí vigilándoles ese tiempo, de pronto la niebla parecía irse disipando, y lograron ver el paisaje desde la altura de Hoyo de Manzanares, aunque el miedo a bajarse de allí era enorme, sin apenas meter ruido, y dejando en el campo las cesta de los soñados nísperos o setas, trataban de bajarse por entre aquellas piedras, hacia el pueblo más cercano, de pronto uno de los dos hombres, resbalo y su pierna derecha le parecía imposible de fijar en el suelo, entre los dos amigos cortaron una rama, para que pudiera apoyarse en ella, y así con la ayuda del otro amigo, caminaron entre aquellas piedras enormes, de granito como eran los antiguos adoquines, de las ciudades, creo que en Madrid, existieron adoquines de dicha sierra, trabajados por los picapedreros de dicha localidad, el retorno a Hoyo de Manzanares, fue terrorífico, los dolores no cesaban, y la herida producida sobre su pierna, la trataron de taponar con sus pañuelos, e incluso con una bufanda, Así llegaron a Hoyo de Manzanares, y desde allí a Madrid al Hospital, donde fueron atendidos y su pierna curada y después escayolada, para poder seguir siendo un excursionista, dispuesto a pasar frío y miedo, más el recuerdo de aquel día, ya le tendrían en su mente para toda su vida... G X Cantalapiedra.