LOS JABALIS DE HOYO DE MANZANARES
Eran las primeras fechas de la primavera, del año 2019, cuando aquellos cuatro jóvenes, residentes en Madrid, aunque veraneando en Hoyo de Manzanares, y el mayor de los cuatro, amigos con el carnet de conducir recién aprobado, decidieron irse a dar un paseo, por aquellos lugares medio desérticos, como son La Tortuga y El Picazo. Su salida de la capital madrileña, fue un sábado por la mañana, con las primeras claras del día, y antes de empezar su subida por la montaña, estuvieron desayunando en Hoyo, allí en el centro de la localidad, escucharon un comentario que les pareció curioso por lo menos, a las personas que tenían a su lado en dicha cafetería, hablaban de unas manadas de jabalís, que arrastraban hambre, pero los cuatro jóvenes no le dieron demasiada importancia, y una vez desayunados, subieron con su automóvil, hasta la misma falda del Picazo, donde sin pensarlo ni un momento, iniciaron la subida. Todo parecía normal, ni nubes ni nieve, ni tampoco mucho frío, la subida iba siendo bastante rápida, pero alguien de los cuatro amigos, notó un ruido como de sonido de animales, la vista se dirigió hasta el lugar del ruido, y pronto vieron un par de jabalís, que en plan amenazador, rugían sus hocicos como lo hacen los cerdos. Los cuatro amigos agarraron piedras sueltas del sendero de subida, y en aquel momento intentaron defenderse lanzando piedras, pero era inútil, aparecieron muchos más jabalís, y con hambre en sus cuerpos, los rugidos eran fuertes, y los jóvenes no les quedó más remedio, que trepar a unas encinas de la orilla del sendero por donde estaban subiendo, desde allí vieron como más de una veintena de jabalís, esperaban que se cayeran o aprovechar la comida si eran excursionistas, todo parecía cosa del diablo, pero los cuatro jóvenes no sabían cómo podrían salir de allí vivos, después de llevar más de una hora de estar subidos en las encinas, uno de ellos dijo, llamar por teléfono a la policía, para que venga a salvarnos de este caso anómalo, Intentaron llamar por teléfono, pero la cobertura era nula, y los minutos allí parecían eternos, poco a poco el número de jabalís, fue disminuyendo, y sobre las doce de la mañana, al quedar solo un par de ellos debajo de las encinas, se decidieron a bajarse de esos árboles y arrojarles piedras, para que pudieran regresar hasta el lugar donde tenían aparcado su coche, la lucha fue dura, los jabalís no salían huyendo, y sus colmillos afilados parecían puñales, los cuatro jóvenes sin dejar de tirarles piedras, y gritándoles, se pudieron volver por aquella senda de la subida del Picazo. Después de un buen rato de miedo y zozobra, llegaron al coche, donde parece que los jabalís les volvieron a querer atacar, pero con las puertas cerradas y el motor en marcha, les fue muy fácil salir de allí sin demasiados problemas. Los cuatro jóvenes de camino hacia Madrid, comentaban el desagradable encuentro con dichos animales, que ellos pensaban que eran como los cerdos, sin apenas peligro, pero que aquella mañana del principio de la primavera, pudieron a ver sido víctimas, sin entender el motivo de aquel ataque, que ya en la cafetería habían podido escuchar. Pero pensaron que se trataba de meter miedo a los forasteros, que por allí transitaban, ninguno de los cuatro amigos contó a su familia dicha anomalía, para que no se asustaran, ya que el verano era su lugar de descanso, desde hacía años, y aquel incidente para ellos era nuevo, pero de tener en cuenta. G X Cantalapiedra.
Eran las primeras fechas de la primavera, del año 2019, cuando aquellos cuatro jóvenes, residentes en Madrid, aunque veraneando en Hoyo de Manzanares, y el mayor de los cuatro, amigos con el carnet de conducir recién aprobado, decidieron irse a dar un paseo, por aquellos lugares medio desérticos, como son La Tortuga y El Picazo. Su salida de la capital madrileña, fue un sábado por la mañana, con las primeras claras del día, y antes de empezar su subida por la montaña, estuvieron desayunando en Hoyo, allí en el centro de la localidad, escucharon un comentario que les pareció curioso por lo menos, a las personas que tenían a su lado en dicha cafetería, hablaban de unas manadas de jabalís, que arrastraban hambre, pero los cuatro jóvenes no le dieron demasiada importancia, y una vez desayunados, subieron con su automóvil, hasta la misma falda del Picazo, donde sin pensarlo ni un momento, iniciaron la subida. Todo parecía normal, ni nubes ni nieve, ni tampoco mucho frío, la subida iba siendo bastante rápida, pero alguien de los cuatro amigos, notó un ruido como de sonido de animales, la vista se dirigió hasta el lugar del ruido, y pronto vieron un par de jabalís, que en plan amenazador, rugían sus hocicos como lo hacen los cerdos. Los cuatro amigos agarraron piedras sueltas del sendero de subida, y en aquel momento intentaron defenderse lanzando piedras, pero era inútil, aparecieron muchos más jabalís, y con hambre en sus cuerpos, los rugidos eran fuertes, y los jóvenes no les quedó más remedio, que trepar a unas encinas de la orilla del sendero por donde estaban subiendo, desde allí vieron como más de una veintena de jabalís, esperaban que se cayeran o aprovechar la comida si eran excursionistas, todo parecía cosa del diablo, pero los cuatro jóvenes no sabían cómo podrían salir de allí vivos, después de llevar más de una hora de estar subidos en las encinas, uno de ellos dijo, llamar por teléfono a la policía, para que venga a salvarnos de este caso anómalo, Intentaron llamar por teléfono, pero la cobertura era nula, y los minutos allí parecían eternos, poco a poco el número de jabalís, fue disminuyendo, y sobre las doce de la mañana, al quedar solo un par de ellos debajo de las encinas, se decidieron a bajarse de esos árboles y arrojarles piedras, para que pudieran regresar hasta el lugar donde tenían aparcado su coche, la lucha fue dura, los jabalís no salían huyendo, y sus colmillos afilados parecían puñales, los cuatro jóvenes sin dejar de tirarles piedras, y gritándoles, se pudieron volver por aquella senda de la subida del Picazo. Después de un buen rato de miedo y zozobra, llegaron al coche, donde parece que los jabalís les volvieron a querer atacar, pero con las puertas cerradas y el motor en marcha, les fue muy fácil salir de allí sin demasiados problemas. Los cuatro jóvenes de camino hacia Madrid, comentaban el desagradable encuentro con dichos animales, que ellos pensaban que eran como los cerdos, sin apenas peligro, pero que aquella mañana del principio de la primavera, pudieron a ver sido víctimas, sin entender el motivo de aquel ataque, que ya en la cafetería habían podido escuchar. Pero pensaron que se trataba de meter miedo a los forasteros, que por allí transitaban, ninguno de los cuatro amigos contó a su familia dicha anomalía, para que no se asustaran, ya que el verano era su lugar de descanso, desde hacía años, y aquel incidente para ellos era nuevo, pero de tener en cuenta. G X Cantalapiedra.