CUANDO LOS JABALIS ATACABAN
Aquel hombre cazador furtivo, y saltándose las leyes de la caza mayor, se internaba en los pedregales de El Picazo y La Tortuga, Dejando rastro de su caza furtiva. y arrastrando con todo animal que pudiera comerse, Eran los tiempos del otoño de principios del siglo XX, su escopeta de un solo cañón parecía ser reflejo de su puntería, Y su esfuerzo diario era el de un hombre sin demasiado miedo a nada, más aquel día del otoño, el miedo le dejó su huella, al volver de una esquina del sendero por donde caminaba, una manada de jabalís, entre los 50 kilos de peso y quizá 100, kilos, le hicieron retroceder, cosa que los jabalís notaron, y quisieron darle su merecido, El hombre aquel se subió encima de una encina, esperando que los animales pasaran de largo, pero aquel momento se hizo interminable, disparo varias veces sobre los jabalís, que al sentirse heridos no dejaban de gruñir queriendo atacar al furtivo, que subido en la encima veía el tiempo pasar y sin poder bajarse, ya que los jabalís incluidos los heridos, no dejaban de morder al árbol, que parecía temblar, incluido el hombre que sospechaba que pasaría allí muchas horas, esperando que se fueran sin atacarle, cosa imposible, ya que estaban todo el grupo de jabalís esperando su caída, para vengarse de su forma de actuar. Aquel asedio duro dos días y una noche, y los gruñidos de aquel grupo de animales salvajes no cesaban. El hombre furtivo solo le quedaba el remedio de que se alejaran de tan lugar, pero su remedio no llegaba, hasta que el grupo decidió salir andando, y el sin dudarlo marchó camino de Hoyo de Manzanares, eso sí, con un jabalí muerto por sus disparos, el resto de la manada se alejó gruñendo, y soltando ruidos tremendos de dolor y de no poder eliminar a dicho cazador. Su manera de amenazar al furtivo, le hicieron recapacitar de su forma de vida, y tan solo al llegar a Hoyo de Manzanares, pudo subir en una carreta camino de Torrelodones, donde pudo vender su triste mercancía, y empezar a pensar que no era vida la que llevaba, y querer cambiar de modo de buscarse la vida, el miedo le hizo reflexionar, no quería sentirse un hombre odiado por los animales salvajes, Ya que aquella lección fue demasiado dura. G X Cantalapiedra.
Aquel hombre cazador furtivo, y saltándose las leyes de la caza mayor, se internaba en los pedregales de El Picazo y La Tortuga, Dejando rastro de su caza furtiva. y arrastrando con todo animal que pudiera comerse, Eran los tiempos del otoño de principios del siglo XX, su escopeta de un solo cañón parecía ser reflejo de su puntería, Y su esfuerzo diario era el de un hombre sin demasiado miedo a nada, más aquel día del otoño, el miedo le dejó su huella, al volver de una esquina del sendero por donde caminaba, una manada de jabalís, entre los 50 kilos de peso y quizá 100, kilos, le hicieron retroceder, cosa que los jabalís notaron, y quisieron darle su merecido, El hombre aquel se subió encima de una encina, esperando que los animales pasaran de largo, pero aquel momento se hizo interminable, disparo varias veces sobre los jabalís, que al sentirse heridos no dejaban de gruñir queriendo atacar al furtivo, que subido en la encima veía el tiempo pasar y sin poder bajarse, ya que los jabalís incluidos los heridos, no dejaban de morder al árbol, que parecía temblar, incluido el hombre que sospechaba que pasaría allí muchas horas, esperando que se fueran sin atacarle, cosa imposible, ya que estaban todo el grupo de jabalís esperando su caída, para vengarse de su forma de actuar. Aquel asedio duro dos días y una noche, y los gruñidos de aquel grupo de animales salvajes no cesaban. El hombre furtivo solo le quedaba el remedio de que se alejaran de tan lugar, pero su remedio no llegaba, hasta que el grupo decidió salir andando, y el sin dudarlo marchó camino de Hoyo de Manzanares, eso sí, con un jabalí muerto por sus disparos, el resto de la manada se alejó gruñendo, y soltando ruidos tremendos de dolor y de no poder eliminar a dicho cazador. Su manera de amenazar al furtivo, le hicieron recapacitar de su forma de vida, y tan solo al llegar a Hoyo de Manzanares, pudo subir en una carreta camino de Torrelodones, donde pudo vender su triste mercancía, y empezar a pensar que no era vida la que llevaba, y querer cambiar de modo de buscarse la vida, el miedo le hizo reflexionar, no quería sentirse un hombre odiado por los animales salvajes, Ya que aquella lección fue demasiado dura. G X Cantalapiedra.