AQUEL DÍA DE OCTUBRE DE 1897.
Eran las tres de la madrugada, de aquel día del mes de octubre, de 1897, aquel hombre de oficio picapedrero, que se había salvado de chiripa de tener que ir de soldado a la Guerra de Cuba, y que presentía que posiblemente le tocaría ir a luchar contra la revolución cubana, que, en aquellos momentos con la ayuda de los Estados Unidos de América, estaban causando muchas bajas al ejército español, y que por fin lograrían su objetivo, de conseguir la independencia de esa preciosa isla. Aquella noche el hombre todavía joven, le parecía que sonaban las balas en su cama, y decidió salir a la calle, y pasear por Hoyo de Manzanares, para amortiguar su forma de pensar, incluso algún compañero le gasto bromas, diciéndole que el mañana no estaba escrito, ni la guerra terminada, y el miedo a morir lejos de la tierra española, le ponía muy nervioso, aquella noche caminó por el centro de Hoyo, y una señora mayor quizá con 80, años, salió a su encuentro, comentándole que no podía dormir, que el viento pegaba sobre su ventana, y el ruido la molestaba. Las dos personas charlaron durante más de una hora, y en sus palabras se veía que tenían muchas coincidencias, cada cual con lo suyo, pero siempre la muerte estaba esperando, no valía sentirse valiente, ni pensar que estabas a salvo, el joven picapedrero le comento a la señora, “Usted por lo menos ha llegado a los 80, pero la juventud no llegaremos a esos años, y mucho menos si nos mandan a las guerras coloniales. La noche hizo sus silencios, solo un burro desde lejos rebuznaba, como queriendo darles la razón, el presente era dudoso, y la vida muy difícil, el llegar a la edad de la señora, era casi un milagro, El picapedrero por fin se despidió de aquella amable señora, y volvió a su casa, donde sus padres dormían sin enterarse de aquella salida temerosa, era una forma de asustarle al miedo, no dejarle que se apoderara de ti, y de tus sueños en un país extranjero, donde nada tenías que defender, ni tampoco tener que ser un desertor, que huye de su propia sombra. El picapedrero por la mañana se fue a su trabajo de labrar piedras, de soltar su rabia, ante una situación por lo menos dudosa, el futuro nunca te acompaña por adelantado, cada cual tiene su destino, que a veces puede ser amargo. G X Cantalapiedra. 15 – 9 – 2022.
Eran las tres de la madrugada, de aquel día del mes de octubre, de 1897, aquel hombre de oficio picapedrero, que se había salvado de chiripa de tener que ir de soldado a la Guerra de Cuba, y que presentía que posiblemente le tocaría ir a luchar contra la revolución cubana, que, en aquellos momentos con la ayuda de los Estados Unidos de América, estaban causando muchas bajas al ejército español, y que por fin lograrían su objetivo, de conseguir la independencia de esa preciosa isla. Aquella noche el hombre todavía joven, le parecía que sonaban las balas en su cama, y decidió salir a la calle, y pasear por Hoyo de Manzanares, para amortiguar su forma de pensar, incluso algún compañero le gasto bromas, diciéndole que el mañana no estaba escrito, ni la guerra terminada, y el miedo a morir lejos de la tierra española, le ponía muy nervioso, aquella noche caminó por el centro de Hoyo, y una señora mayor quizá con 80, años, salió a su encuentro, comentándole que no podía dormir, que el viento pegaba sobre su ventana, y el ruido la molestaba. Las dos personas charlaron durante más de una hora, y en sus palabras se veía que tenían muchas coincidencias, cada cual con lo suyo, pero siempre la muerte estaba esperando, no valía sentirse valiente, ni pensar que estabas a salvo, el joven picapedrero le comento a la señora, “Usted por lo menos ha llegado a los 80, pero la juventud no llegaremos a esos años, y mucho menos si nos mandan a las guerras coloniales. La noche hizo sus silencios, solo un burro desde lejos rebuznaba, como queriendo darles la razón, el presente era dudoso, y la vida muy difícil, el llegar a la edad de la señora, era casi un milagro, El picapedrero por fin se despidió de aquella amable señora, y volvió a su casa, donde sus padres dormían sin enterarse de aquella salida temerosa, era una forma de asustarle al miedo, no dejarle que se apoderara de ti, y de tus sueños en un país extranjero, donde nada tenías que defender, ni tampoco tener que ser un desertor, que huye de su propia sombra. El picapedrero por la mañana se fue a su trabajo de labrar piedras, de soltar su rabia, ante una situación por lo menos dudosa, el futuro nunca te acompaña por adelantado, cada cual tiene su destino, que a veces puede ser amargo. G X Cantalapiedra. 15 – 9 – 2022.