UNA TARDE DEL OTOÑO DE 1993
Aquel día del otoño madrileño, de hace treinta y tantos años, cuando los días van acortando, y la melancolía afluye en algunos rostros, Un Taxi bajaba por la Avenida de La Albufera, eran las seis de la tarde, un hombre mayor de edad, quizá con ochenta años, le ordenaba al taxista que parase, cosa que así hizo dicho taxista, y una vez dentro del vehículo dicho señor mayor, al taxista, le decía, llévame a la estación que se me va marchando el tren, y el taxista contesto. “Atocha”, enseguida el hombre mayor le dijo, no es esa estación, es la última estación de la vida, que se me va marchando, digamos al Centro, cerca de La Gran Vía, el hombre mayor comentó, tengo que correr lo que de joven no pude disfrutar, y ahora que estoy viudo me marchó a tener relaciones con otras personas del genero distinto al mío, El taxista le dijo, No tiene miedo al SIDA, y el hombre mayor le contesto, ni tengo miedo al SIDA, ni al Sidón, me quedan cuatro días de vida, y el tiempo se me va si no lo aprovecho ahora, El Taxista un hombre con cerca de medio siglo se quedó perplejo, no sabia que decir, aquel hombre mayor tenía labia para no aburrirse escuchándole, no tardaron demasiado tiempo en llegar al Centro de Madrid, donde en una de esas calles interiores el hombre mayor parecía conocer alguna joven que le hacía caso, El taxista de Madrid no le asustaba nada, era un hombre curtido en noches de esas llamadas raras, donde era posible ver de todo y no comentar nada, Pero esa tarde del otoño melancólico, escuchó a ese hombre mayor que tenía su filosofía de vivir esos años finales de su vida a su manera. Madrid siempre fue una caja de sorpresas, y el otoño nos deja muchas melancolías de diferentes formas de vida. G X Cantalapiedra.
Aquel día del otoño madrileño, de hace treinta y tantos años, cuando los días van acortando, y la melancolía afluye en algunos rostros, Un Taxi bajaba por la Avenida de La Albufera, eran las seis de la tarde, un hombre mayor de edad, quizá con ochenta años, le ordenaba al taxista que parase, cosa que así hizo dicho taxista, y una vez dentro del vehículo dicho señor mayor, al taxista, le decía, llévame a la estación que se me va marchando el tren, y el taxista contesto. “Atocha”, enseguida el hombre mayor le dijo, no es esa estación, es la última estación de la vida, que se me va marchando, digamos al Centro, cerca de La Gran Vía, el hombre mayor comentó, tengo que correr lo que de joven no pude disfrutar, y ahora que estoy viudo me marchó a tener relaciones con otras personas del genero distinto al mío, El taxista le dijo, No tiene miedo al SIDA, y el hombre mayor le contesto, ni tengo miedo al SIDA, ni al Sidón, me quedan cuatro días de vida, y el tiempo se me va si no lo aprovecho ahora, El Taxista un hombre con cerca de medio siglo se quedó perplejo, no sabia que decir, aquel hombre mayor tenía labia para no aburrirse escuchándole, no tardaron demasiado tiempo en llegar al Centro de Madrid, donde en una de esas calles interiores el hombre mayor parecía conocer alguna joven que le hacía caso, El taxista de Madrid no le asustaba nada, era un hombre curtido en noches de esas llamadas raras, donde era posible ver de todo y no comentar nada, Pero esa tarde del otoño melancólico, escuchó a ese hombre mayor que tenía su filosofía de vivir esos años finales de su vida a su manera. Madrid siempre fue una caja de sorpresas, y el otoño nos deja muchas melancolías de diferentes formas de vida. G X Cantalapiedra.