Verás, me explico, hace ya muchos años, allá por el sesenta y ocho del veinte pasado, en
Madrid, estábamos una panda de muchachos frisando entre los veinte y los veintitantos; en un aula, cuando un cura no regular, mas bien guerrero, nos dio una estampita a cada uno y nos pidió que leyéramos unos versos que estaban escritos en el reverso. La estampa era de una
virgen, de una virgen blanca con el pelo largo y moreno como el azabache, hermosos rasgos femeninos y unos labios sensuales. Parecida en casi
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