MIRAFLORES DE LA SIERRA: ¿Le interesa a alguién saber la verdad?: Diario...

¿Le interesa a alguién saber la verdad?:

Diario ABC - 29 de mayo de 2007
URBANISMO Y PAISAJE: EL GRAN EXPOLIO

En el verano de 1907, contemplando el paisaje desde lo alto del cerro de Santa Ana, en las inmediaciones de Soria, Antonio Machado escribía el poema “A orillas del Duero”, uno de sus primeros cantos a los paisajes sorianos tantas veces reflejados en su obra Campos de Castilla: «...yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, y una redonda loma cuan recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra -harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra-, las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero para formar la corva ballesta de un arquero...».

Coincidiendo con los actos conmemorativos del centenario de la llegada del poeta a la ciudad de Soria, en los que se ha destacado a bombo y platillo la influencia que los paisajes sorianos y el río Duero tuvieron en su obra, parece una trágica ironía que la misma administración que celebra esta efeméride vaya a iniciar la construcción de la mal denominada Ciudad del Medio Ambiente, una gran urbanización de más de 800 viviendas, dos enormes torres de oficinas y un parque empresarial que va a emplazarse a diez kilómetros de la ciudad, en el soto de Garray, una espectacular dehesa poblada por fresnos centenarios, situada muy cerca del monte Valonsadero y rodeada por un bellísimo meandro del Duero, valores que le han hecho ser merecedora de protección por parte de la Unión Europea. A pesar de tanto discurso institucional pronunciado en la conmemoración del centenario, es fácil suponer que Machado, si hoy viviera, habría identificado este modelo de política medioambiental con aquella Castilla de otros tiempos que «desprecia cuanto ignora», a la que con tanta crudeza se refería un poco más adelante, en esos mismos versos.

Y ello viene a cuento porque, hasta hace poco, los ciudadanos dotados de cierta sensibilidad considerábamos un penoso pero inevitable precio a pagar a cambio del desarrollo económico la pérdida de los paisajes rurales o urbanos de nuestra infancia, que a muchos nos servían y nos sirven de referencia y asidero en nuestro inseguro deambular por un mundo cada vez más rápidamente cambiante. Hoy, sin embargo, el ritmo de destrucción de los paisajes españoles a causa de la urbanización se ha acelerado tanto que la sensación de tristeza se transforma en puro y simple vértigo, pues estamos asistiendo atónitos e impotentes al mayor saqueo territorial perpetrado en nuestra historia, un despojo cuyas devastadoras consecuencias ambientales, culturales y sociales dejarán pequeñas a las que trajeron consigo en conjunto las desamortizaciones del siglo XIX. Un reciente informe del Parlamento Europeo califica el desbocado proceso urbanizador de nuestro país como «expolio de una cultura» y destaca la corrupción y el «descomunal enriquecimiento de una pequeña minoría a costa de la mayoría» que lo caracterizan. El huracán liberalizador que en lo económico se desató hace ya años en España ha sido el desencadenante de esta locura constructora sin precedentes en Europa: en los últimos seis años se han construido cuatro millones de viviendas, y de seguir así las cosas se prevé un incremento en el parque inmobiliario español de un millón de viviendas anuales durante los próximos diez años. El gigantesco expolio de valiosas zonas de nuestro territorio, robadas a la agricultura, a los pastizales, a los bosques, a las playas o a los humedales por el urbanismo sin ley que impera en España, constituye, junto al peor terrorismo de los años de la transición, la amenaza más grave con la que ha tenido que enfrentarse hasta ahora nuestra democracia.

Con nuestros mejores paisajes, muchos de ellos alevosamente desposeídos por algunas administraciones regionales de su protección legal anteriormente otorgada, desaparecen también señas de identidad, valores culturales, edificios históricos, yacimientos arqueológicos, especies de fauna y flora... Para darse cuenta de la magnitud de la tragedia no hace falta dar más cifras; basta con recorrer los campos, las montañas y el litoral de nuestro país, cada vez más irreconocibles por la acción rapaz de muchos promotores en connivencia con ediles y políticos sin escrúpulos y con la permisividad de unas leyes obsoletas. Y son suficientes unos pocos ejemplos: las costas gallegas, que hace un siglo Miguel de Unamuno describía como «paisajes femeninos y antiguos en los que el mar lame a lengüetazos de rías la verdura de los viejos montes postrados», están sufriendo un proceso de “marbellización” que las está transformando irreversiblemente en un entorno cada vez más sórdido y mediocre, plagado de horrendos edificios de apartamentos, grandes puertos deportivos y anodinos paseos marítimos. En la Sierra de Guadarrama los intereses urbanísticos retrasan indefinidamente la declaración de este espacio como parque nacional, y en la costa del sureste español se desprotegen miles de hectáreas de litoral virgen para dejarlas a disposición de los promotores, desoyendo tanto los informes de las confederaciones hidrográficas sobre la inexistencia de agua para los miles de viviendas y los campos de golf proyectados como las conclusiones del proyecto LUCDEME, elaborado por la Dirección General para la Biodiversidad, que vaticinan que el desierto será una realidad en algunas de estas zonas en un futuro no demasiado lejano.

Cuando se apaguen los ecos de las muchas promesas que hemos escuchado respecto al urbanismo en las recientes elecciones municipales y autonómicas, nuestros políticos, tan aficionados algunos de ellos a enarbolar los más rancios valores patrios, deben ser conscientes de los riesgos que tendrá en adelante el desoír la voz de los que se han erigido en verdaderos defensores de nuestra identidad como pueblo y como nación: los numerosos científicos, artistas e intelectuales que desde hace tiempo vienen denunciando esta devastación, y los millones de ciudadanos que, perdida en gran parte la confianza en las administraciones, en la justicia, incluso en la utilidad del sufragio universal, se están asociando por doquier en plataformas para la defensa del territorio y de nuestros paisajes. Que les quede muy claro a nuestros dirigentes que les estamos exigiendo valentía para poner fin a esta situación intolerable y bochornosa en la que vulgares delincuentes toman demasiado a menudo las decisiones en un asunto que debería ser “de Estado”, como es la ordenación del territorio, y que si fuera necesario recuperen para el mismo algunas competencias que quizá nunca debieron ser traspasadas a las administraciones locales y autonómicas. De otro modo nos estarán condenando a vivir en el futuro en un país inhabitable y a tener que elegir, una vez más en nuestra historia, entre la desesperanza o el exilio. Julio Vías.