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PUEBLA DE LA SIERRA: El pasado domingo fue bendecida la restaurada iglesia...

El pasado domingo fue bendecida la restaurada iglesia parroquial de la Puebla
El cardenal, en la sierra
Qué cardenal, el de Madrid?
—Bueno, ya es sabido, pensarán más de cuatro. Mucha gente andariega y montañera se ha encontrado con él, bien de mañana, por vericuetos de alta cota, y sabe que, en cuanto encuentra un respiro en su apretada agenda, el cardenal se escapa a la montaña...

Pero no. Hoy no es eso. Hoy es que el cardenal Antonio María Rouco Varela ha pasado el domingo, feliz, en la sierra norte, con sus sencillos, entrañables, queridos diocesanos de La Puebla de la Sierra, que estaban de fiesta porque estrenaban iglesia nueva. La acaban de restaurar. La pareja de cigüeñas montaba, bien cerca, guardia, que ya pasó San Blas, y por San Blas la cigüeña verás... Aún es febrero, pero la primavera estalla ya, irreprimible, en el aire límpido y en las yemas de los árboles, allá arriba en el puerto, a mil seiscientos y pico metros, sobre el valle de Buitrago. Bajas las vueltas y revueltas del puerto y La Puebla es, como dice su párroco, el padre Demetrio, una perla en el hondón de la concha que forman las montañas que la rodean.

Voltean las campanas que es una gloria cuando llega el cardenal. Allí están todos, pequeños y mayores, el pueblo y las autoridades, los arquitectos, la gente de fuera como si fuera de dentro. Trajes regionales y mantones de Manila, la rondalla, y el legítimo orgullo en la sonrisa abierta:

—Esto ná tié que ver con lo que había cuando vino la otra vez, ¿eh, señor obispo?

La anciana de 90 años no cabe en sí de gozo: su iglesia parroquial de la Purísima Concepción de La Puebla de la Sierra, en la que fue bautizada, ¿quién la ha visto y quién la ve? El propio cardenal confiesa que si le enseñan una foto y le dicen que es la que él vio a poco de ser nombrado arzobispo de Madrid, no la reconocería... El templo, que data del siglo XVII, es pequeño, recogido y acogedor. Ha quedado precioso. Ha recuperado su íntima belleza. La asamblea cristiana da gracias a Dios con su pastor. Canta maravillosamente el Coro llegado de la parroquia de San Antonio del Retiro, de Madrid.

Madera y piedra, y en la piedra, una bellísima vidriera. El Cristo, la Inmaculada, Patrona de la parroquia. Columnas de ladrillo. Un atrio de ensueño para que se reúna el concejo y jueguen los chavales cuando la nieve deja el pueblo aterido y aislado. O para las chirriantes bandadas de golondrinas, pronto...

Habla el cardenal: La palabra de Cristo es como la palabra de antes en los pueblos; no es primero sí y luego, no. Nosotros somos templos vivos de Dios. Necesitamos que él nos restaure el corazón y el alma. Cristo nos perdona como al paralítico del evangelio, y nos sana y nos restaura.
En las ofrendas, Silvia y Verónica, Luis y Tomasín y Oscar y Noelia y Estefanía llevan al altar los frutos de la tierra y de su trabajo (donde está el frontón estaban las eras para trillar el centeno y la cebada, que hoy ya no hay). Hoy, la miel y el repollo, las flores y los juegos de los niños... El cardenal hace la señal de la cruz en la frente de pequeños y enfermos. Un anciano saca el moquero de cuadros de colores y se seca una lágrima: demasiado fuertes los recuerdos. El padre Demetrio (tres agustinos atienden pastoralmente a seis pueblos de la sierra norte) no deja de dar las gracias. Y el Vicario, don José María Bravo Navalpotro está feliz. Y el alcalde, y todos. Han sido treinta millones bien gastados, la mitad pagados por la Iglesia diocesana, y el resto por la generosidad del propio pueblo y de la Comunidad de Madrid. La Puebla tiene futuro.

—¿Y cuántos están censados y van a poder votar en las próximas elecciones?

—Huy, mire usted, no llegamos a 80, los fines de semana. Los días de labor, ni la mitad... Pero hasta aquí no llegan los políticos. Con La Hiruela somos los dos pueblos de Madrid con menos habitantes...

El cardenal Rouco (ayer en Carabanchel, anteayer presidiendo la Permanente del Episcopado, el día anterior con el cardenal Ratzinger en un Palacio de Exposiciones y Congresos abarrotado) cercano a todos rige la diócesis, y hace Iglesia, en el Palacio de la Zarzuela como en la cárcel, y tararea las canciones gallegas con que el coro le obsequia. La rondalla, a son de jota, canta: Alabado sea Dios/ y alabado sea Cristo/ porque he venido a cantar/ delant'el señor obispo.

A la entrada de la Iglesia/ hay una piedra redonda/ donde Cristo puso el pie/ para subir a la Gloria.

Y, por si fuera poco, una de propina y allá va la despedida, que la han ensayado mucho: Las manos del cardenal/ debían de ser de plata/ porque reciben a Dios/ cuando de los cielos baja...

La más anciana del pueblo baja poquito a poco la rampa, apoyada en sus muletas.

—Antes, sabe usted, no había rampa. No podíamos subir los mayores a la iglesia...

Está radiante la buena mujer. El cardenal —se lo va diciendo uno por uno a todos los del pueblo—, también...

Miguel ángel Velasco.