A CINCUENTA KILÓMETROS DE MADRID.
A cincuenta kilómetros de Madrid
hay un jardín con especies variadas:
pinos, cinemomos, olmos, entre otras;
distintos arbustos, setos, césped...
Todo regado a través de canales
y otros medios de distribución
de agua bendita del Tajo.
Este jardín se diseñó con una bodega
subterránea y unas pocas viviendas
habitadas por gente privilegiada,
por el poder sanador de esa naturaleza.
Tiene también su ayuntamiento
que organiza y administra
este bien humano y natural,
una iglesia, centro espiritual
y físico del jardín.
Agazapados entre los árboles
y por todo el recinto sagrado,
de color verde, la huella de hechos
históricos atrapados como
extensión del ser humano,
juegan al escondiste con el sol,
transmutan la idea ancestral,
de regreso al paraíso bíblico,
bajo la sombra de los árboles
y el sol que aquí se luce.
Su autor venido de Palermo,
fisiocrático y monarca era.
Vino a reventar de arte y primavera,
de gloria, de tierra germinal
entre presente y pasado,
con transito interno, visión por dentro
en un viaje de aventuras, muestra
la maravilla de su creación
con cerco de luz propia
que alumbra los vegetales,
profundiza en la tierra, en sus raíces,
hasta vislumbrar sus prodigios
donde actúa el poder celestial.
Las estrellas miran la hermosa lozanía,
se enamoran del mimo con el que el jardinero
del mundo fecunda esta su parcela,
de este rincón que forma el corazón
de una vega, el alma universal del hombre,
de la naturaleza, el espíritu
de la incansable maniobra
entre el hombre y su promotor.
Este edén,
decía,
está a cincuenta kilómetros de Madrid.
A cincuenta kilómetros de Madrid
hay un jardín con especies variadas:
pinos, cinemomos, olmos, entre otras;
distintos arbustos, setos, césped...
Todo regado a través de canales
y otros medios de distribución
de agua bendita del Tajo.
Este jardín se diseñó con una bodega
subterránea y unas pocas viviendas
habitadas por gente privilegiada,
por el poder sanador de esa naturaleza.
Tiene también su ayuntamiento
que organiza y administra
este bien humano y natural,
una iglesia, centro espiritual
y físico del jardín.
Agazapados entre los árboles
y por todo el recinto sagrado,
de color verde, la huella de hechos
históricos atrapados como
extensión del ser humano,
juegan al escondiste con el sol,
transmutan la idea ancestral,
de regreso al paraíso bíblico,
bajo la sombra de los árboles
y el sol que aquí se luce.
Su autor venido de Palermo,
fisiocrático y monarca era.
Vino a reventar de arte y primavera,
de gloria, de tierra germinal
entre presente y pasado,
con transito interno, visión por dentro
en un viaje de aventuras, muestra
la maravilla de su creación
con cerco de luz propia
que alumbra los vegetales,
profundiza en la tierra, en sus raíces,
hasta vislumbrar sus prodigios
donde actúa el poder celestial.
Las estrellas miran la hermosa lozanía,
se enamoran del mimo con el que el jardinero
del mundo fecunda esta su parcela,
de este rincón que forma el corazón
de una vega, el alma universal del hombre,
de la naturaleza, el espíritu
de la incansable maniobra
entre el hombre y su promotor.
Este edén,
decía,
está a cincuenta kilómetros de Madrid.