Archena tuvo un importante poblamiento ibero y posteriormente cartaginés, pero fueron los
romanos los que constituyeron un núcleo estable e importante de población, incluyendo a Archena en su red de calzadas y aprovechando los Baños Termales, en torno a los que construyeron distintas edificaciones datadas en los siglos I y II d. C.
Entre los numerosos restos de la cultura ibérica encontrados en la necrópolis situada en el Cabezo del Tío Pío, destaca el llamado "Vaso de los Guerreros", que dio lugar a un estilo propio en la
cerámica ibérica, el denominado de Elche-Archena.
Durante la época musulmana, Archena pasó a ser una alquería en torno al
castillo levantado en el siglo XII, como elemento de control y protección del
Valle de
Ricote; actualmente se encuentra en completa
ruina. Tras la Reconquista del Reino de
Murcia, en el siglo XIII, Alfonso X cedió la villa a la Orden
Militar de
San Juan de Jerusalén, formando una Encomienda junto con Calasparra.
Los Reyes Católicos forzaron a los musulmanes a elegir entre la conversión al cristianismo o el exilio. Los habitantes de Archena adoptaron masivamente la conversión, con lo que pasaron a ser moriscos. Pero a principios del siglo XVII, tras la insurrección en Las Alpujarras de los moriscos granadinos, el rey Felipe III ordenó la expulsión de todos los moriscos españoles. La población quedó prácticamente reducida a la mitad. Su recuperación no llegó hasta el siglo XVIII, gracias a la expansión de los regadíos.
En el siglo XIX, Archena dejó de pertenecer a la Orden de San Juan y, aunque no fue escenario bélico ni sufrió ataques aéreos, la larga y dura posguerra no permitió que se superaran los niveles de población y renta hasta entrados los años 60.
Su nombre, según el profesor Guillermo Tejada, no es sino un hidrónimo prelatino compuesto, redundante o repetitivo, y en diminutivo; es decir, de "Ar", "
río", más " (a) ciena" -diminutivo de "aza"-, "río pequeño", cuyo significado vendría a ser (junto al) "Río - Río pequeño" o "Río de río pequeño".