El hecho de encontrarnos en una tierra rica en
agua de
montaña y exenta de contaminación, unido al aislamiento histórico y geográfico de la comarca, ha hecho posible que perduren productos autóctonos de excelente calidad, materia prima indispensable para una buena
tradición gastronómica. La ancestral y peculiar presencia de pequeños
huertos familiares, destinados al autoabastecimiento, ha permitido la existencia de variedades que de otra forma se habrían perdido. La rica
huerta, por un lado, con su enorme variedad de
hortalizas y legumbres; las tierras de secano, que permiten el cultivo de cereales en media y alta montaña, gracias a la variedad geográfica; los extensos olivares, de los que se extrae el más
virgen de los aceites; la voluminosa cabaña de
ganado que campea por los
montes y vegas de la zona criando la carne más exquisita; y la
caza menor, presente en toda la comarca, forman entre sí un aglomerado de ingredientes que ponen el toque autóctono sobre la buena mesa: un cúmulo de sensaciones que es culminada con la degustación de
frutas y
postres propios del lugar.