Beniaján hunde las raíces de su memoria en todas aquellas culturas que, a lo largo de siglos, han pasado por su territorio. La civilización argárica (1700-1200 a.C.) constituye el primer referente de asentamiento humano en esta zona con el poblado del Puntarrón Chico, yacimiento de excepcional interés cuyas piezas extraídas pueden contemplarse en el
Museo Arqueológico Provincial. También los íberos dejaron huella en el
paisaje beniajanense, aunque ya mucho más repartida por toda la serranía. Pero no sería hasta la llegada de los
romanos a la Vega del Segura cuando, finalmente, se empiezan a ocupar las zonas más bajas del entonces pantanoso
valle; se crearon
vías de comunicación, infraestructuras y surgen poblados como el de Vilanova: aldea de poca entidad pero ya emplazada junto al
río, que posteriormente daría origen al Beniaján árabe que ha evolucionado hasta nuestros días.
La invasión musulmana transformaría por completo y de forma definitiva el paisaje: sobre la llanura, hasta entonces salpicada de almarjales y nada productiva, se trazó una red de acequias para distribuir las
aguas del Segura y del Guadalentín, dando lugar al vergel que hoy constituye la incomparable
Huerta Murciana. Las aldeas del valle resurgieron bajo dominio árabe, como así ocurrió con Vilanova, conocida desde entonces con el nombre de Benihayzaram. Precisamente este
pueblo, el Beniaján de los musulmanes, pasaría a convertirse ya en uno de los más pujantes y productivos de toda la vega.
En el siglo XIII, tras la Reconquista, Beniaján y todas sus tierras pasaron de manos de la Corona a las de la Diócesis, quedando finalmente en propiedad del rey.
Familias nobles siguieron explotando las fértiles
huertas beniajanenses; también las órdenes monásticas de
San Juan de Dios y de los Carmelitas, influenciando de forma decisiva en la vida civil y religiosa de la villa. En el siglo XVI, Beniaján es ya el pueblo más importante de toda la Cordillera y llega a alcanzar la autonomía municipal del
ayuntamiento capitalino, aunque la perdería tiempo después.
Durante los siglos XVII y XVIII, de gran esplendor en todo el Reino de
Murcia por el auge del
comercio de la seda, se producirá un importante aumento demográfico en la comarca y el enriquecimiento generalizado de la población. La suntuosidad y magnificencia aportadas al templo arciprestal de San Juan Bautista, principal
iglesia de la villa, culminada en esta época, es un claro referente de dicha bonanza.
Entre 1814 y 1856 Beniaján consigue de nuevo la independencia, años en los que también nace el llamado Cantonalismo. Antonio Gálvez Arce, máximo representante de este revolucionario movimiento político en Levante, es una figura clave en la
historia local del último tercio del siglo XIX, ya que su vida transcurriría en esta zona, gran parte de sus seguidores eran beniajanenses y acabó convirtiendo a Beniaján en uno de los bastiones de defensa del murcianismo a nivel nacional.
Con el siglo XX, llega a Beniaján el ferrocarril y con él un desarrollo económico sin precedentes en toda la región. Aparecen nuevas industrias, especialmente las dedicadas a los derivados de la
agricultura, y surge el fenómeno de la exportación hortofrutícola a niveles internacionales. Sólo la Guerra Civil supuso un punto de inflexión en esta pujanza que llega hasta nuestros días, donde una enriquecedora trayectoria comercial y cultural avanza en paralelo al desarrollo industrial y social del Beniaján de hoy.