El origen de esta devoción arranca con el legendario hallazgo de la imagen en el interior de la
cueva, cuando un pastor buscaba
refugio. El hecho fue comunicado inmediatamente a las autoridades calasparreñas, que dispusieron el traslado de la talla hasta la ciudad con el fin de depositarla en alguna de las
iglesias de la villa. Milagrosamente, la imagen adquirió un peso desproporcionado en relación a su pequeño tamaño cuando intentaron sacarla de la
gruta, interpretando que debía ser aquel el lugar elegido por la
Virgen para su veneración. La pieza es un pequeño busto de Maria tallado en madera, conocida por ello desde un principio con el sobrenombre de "La Pequeñica". Se desconoce el motivo y cuándo se le adosó a esa talla primitiva la imagen grande de Nuestra Señora, una
escultura de vestir propia del barroco murciano. Hay documentos que ya contemplan esta disposición en 1786, venerándose juntas (la antigua a los pies de la otra) y constituyendo así un caso poco usual en la iconografía mariana.
Desde el siglo XVII está documentada la existencia de un importante
santuario en el lugar de la aparición, al cuál acudían en numerosas
romerías los habitantes de
Calasparra y de otros
pueblos aledaños desde tiempo inmemorial. El carácter milagroso de la imagen se mantiene vigente hasta nuestros días, quedando como testimonio los miles de exvotos que revisten las paredes de la cámara anexa al camarín de la Virgen. El templo ha sufrido numerosas reformas a lo largo de su
historia, pero la espectacularidad del
edificio viene dada principalmente por el lugar en que se encuentra. La virgen Esperanza ostenta oficialmente el patrocinio sobre la ciudad de Calasparra desde 1840, título que vendría a compartir con los
santos Abdón y Senén. La Coronación Canónica de la patrona se realizó el 8 de Septiembre de 1996.