El origen de la denominación de la pedanía es claramente arábigo, ya que, como contaba el Licenciado Cascales, los nombres actuales de la mayoría de los pagos de la
huerta son los mismos del tiempo de los moros, unos "pocos corrompidos y otros sustentados en su primitiva forma". En efecto, siguiendo a Robert Pocklington, el término Arboleja deviene del árabe al - Walaÿa, "lengua llana de tierra que queda en el interior del recodo de un
río", según definición de E. Terés. Esta tesis es también confirmada por el profesor
Torres Fontes, que encuentra en el Repartimiento de
Murcia esta terminología para referirse a determinados lotes de tierras que reúnen esa característica, como es el caso de la Alhualeja de Aljouff, Alhualeja d ´Almunia, o Algualeja Tarromana. Concretamente el último autor citado identifica la alhualeja del Aljouff con el actual partido de
La Arboleja. Pocklington señala que en diferentes documentos del s. XIV el topónimo aparece bajo la forma "El Algualeja", presentándose desde el s. XV como "La Algualeja", y con su forma actual desde el s. XVIII.
Ubicada pues en la denominada "huerta nueva", en donde parece ser que existió un viejo
puente moro que cruzaba el río Segura, que comunicaba estas tierras con el
camino del "Albadel, y dada su situación junto al río, muy probablemente ya desde el s. XIV, debieron realizarse obras destinadas a la construcción de un muro de contención que salvaguardara a la ciudad de las muchas y devastadoras riadas del río Segura, y que es conocido como el Malecón, cuya existencia queda reflejada en documentación de principios del s. XV. Las obras dirigidas a la desviación del río y el robustecimiento del Malecón en la zona de La Arboleja fueron innumerables a lo largo del tiempo.
En este sentido R. Couchoud y R. Sánchez Ferlosio nos dejan constancia de una resolución del Concejo del año 1.623, por la que se conceden riegos a los perjudicados por la desviación del río en "La Arbualeja". Así mismo, tras la riada de
San Severo, ocurrida en 1.653, el Concejo volvió a decidir robustecer el Malecón y enderezar el río, entre otras zonas, en La Arboleja, aunque se desconoce si el meandro a suprimir era el antiguo, no enderezado del todo en 1.605, o había reaparecido como consecuencia de nuevas riadas.
A mediados del s. XVIII, en tiempos del Cardenal Belluga, se inician las obras para la construcción y reforma definitiva del Malecón, configurándose tal como actualmente lo conocemos, es decir, con un
paseo superior y otro inferior para el paso de carruajes. Mercedes Barranco y Manuel Herrero destacan que para su correcta conservación se dictaron en el año 1.737 las "Ordenanzas del Malecón" que, entre otras cosas, impedían barrerlo con cualquier tipo de escoba, plantar arbolado, formar montones de estiércol en sus proximidades, hacer hoyos para los
juegos, circular sobre animales y arrancar las hierbas que creciesen sobre él o en sus costados. A finales de esta centúria la
parroquia de La Arboleja es considerada aneja a la de San Antolín, dividiéndose la población en dos partidos: La Arboleja y Belchí. Este último partido comprendería las tierras regadas por la acequia del mismo nombre y que eran conocidas, según Pocklington, como Eras de Belchid, tomando este nombre de la
Puerta de Belchit, que daba acceso a la ciudad.
Imagen de La Arboleja
En el censo de población ordenado realizar por el Conde de Floridablanca en el año 1.809, La Arboleja y Belchí cuenta con una población de 222 vecinos, unas 994 personas. Posteriormente, en 1.834, con motivo de la subdivisión de las provincias en
juzgados de 1ª instancia, dentro de Murcia se incluye la diputación de Alboleja ó Belchí
Ya en el s. XX la población de la pedanía ha seguido una trayectoria irregular, especialmente a partir de mediados de siglo, alternándose periodos de crecimiento (1.950 - 1.960), con otros de retroceso (1.970 -. 1.980). A partir de 1.991 su datos demográficos se han estabilizado en torno a los 2.280 habitantes. Su población activa se dedica preferentemente al sector servicios, seguido por el industrial y, mas alejados, la construcción y la
agricultura. El minifundio imperante en la huerta ha dado lugar a un tradicional
paisaje hortense salpicado de
casas típicamente huertanas, a las que se han ido sumando gran cantidad de chalets rodeados de
huertos o pequeños bancales en los que se trabajan de manera eventual los tradicionales cultivos de la huerta murciana.