El trabajo en las
minas no dejaba de ser una actividad peligrosa. Los trabajadores carecían de garantías laborales, sus horarios eran disparatados y en unas condiciones lamentables de semiesclavitud, expuestos a enfermedades irreversibles que les perseguirían toda su vida, y con unos salarios que no recompensaban todo el esfuerzo que realizaban los mineros, que bajaban cada día a los
túneles arriesgando sus vidas (la minería tiene la mayor tasa de lesiones mortales entre todas las industrias). Los mineros tenían que trabajar en un entorno de sulfatos y sílice (que causaba silicosis). La presencia de heridos, víctimas de las labores mineras, era cotidiana, llegando a crearse un espacio exclusivo para ellos, el
Hospital de Caridad de
Portmán. Además, la mayoría de la fortuna generada por el sector minero marchó fuera de las fronteras unionenses. Con la plata de sus minas se construyó, por ejemplo, el
Palacio de Aguirre o la
casa señorial de la
calle Jabonerías de
Cartagena (hoy
parroquia de
San Antonio).