hola juven; ahi cuelgo esta entrevista que le hicieron a tu padre y que esta colgada en la red hace tiempo. espero que os guste. [Testimonio de Don Venancio Martínez Cañas]
En época de vendimia se salía de casa antes de amanecer para ir andando a viñedos situados a veces a una hora de camino. Si era domingo, primero se escuchaba el rosario, después la misa, y se salía para estar en la viña cuando se empezaran a ver los racimos.
Se cortaba la uva con corquete, se depositaba en cestos de mimbre (algunos confeccionados por el propio Venancio). Posteriormente, el contenido de los cestos se depositaba en “comportones”, que llenos podían pesar 100 o 120 kgs y se cargaban en carros de llanta, 8 o 10 “comportones” por carro, los carros iban tirados por 2 o 3 ganados (mulas, caballos o yeguas).
Una vez llegados al pueblo los carros, la carga se vaciaba en los lagos (depósitos de obra cuadrados o rectangulares) o en los tinos (depósitos redondos de madera generalmente de roble).
Se vendimiaba durante dos o tres días y seguido se prensaba la uva durante todo un día, consiguiendo extraer de las uvas hasta un 80% del mosto. El trujal utilizado por Venancio se encontraba en la Calle Sindicato, habiendo en la localidad un total de 17 o 18 prensas para el servicio de todo el pueblo. En esa época cada cabeza de familia era un cosechero, por lo que habría en la localidad 125 o 150 cosecheros para un total de 400 o 450 habitantes.
La gente se apuntaba en una lista para prensar y cada cual trujalaba el día en que le “tocara la vez”. Durante el día se daban varias prensadas y se sacaba la oruja de la prensa dos veces en el día, saliendo una oruja muy buena, que luego se vendía a la Alcohelera de San Vicente de la Sonsierra y alguna vez a la de El Villar de Arnedo.
El mosto extraído de la prensa se transportaba en “mosteros” (pellejos de cabra prestados por los boteros de Alesanco “Práxedes” o “Melero”) en los que cabían 3 cántaras o 3 cántaras y media de mosto por cada mostero.
El mosto se transportaba a los “calados” (bodegas generalmente excavadas en el terreno) y se llenaban las cubas, dejando un hueco suficiente para la fermentación.
Cada cuba tardaba en fermentar una semana si el tiempo era bueno y diez o doce días si el tiempo enfriaba, habiendo ocurrido varias veces que había cubas que no llegaban a fermentar o fermentaban en la primavera del año siguiente.
Hay que señalar que el clarete de entonces se elaboraba con un 80% de uva garnacha negra y un 20% de uva blanca de las variedades viura y “cagazal”, no existiendo apenas el tempranillo ahora tan en boga.
En aquella época apenas se elaboraba vino tinto, únicamente el denominado “ojo de gallo”, que era el último vino que salía de la prensa y que tenía un poco más de color que el resto. Una vez fermentada la cuba se le añadía “metabisulfito” y una buena cantidad de yeso blanco especial procedente de la yesera de Alesanco.
En aquel entonces no se trasegaba el vino o había quien trasegaba una vez como mucho, a pesar de ello el vino obtenido era muy claro porque el yeso depositaba las heces en el fondo y la canilla sacaba el vino por encima de la capa de yeso y heces.
Durante el año se vendía el vino “a prueba”, es decir previa cata de la cuba por parte del interesado y conviniendo posteriormente el precio.
En aquella época se vendía el vino generalmente a “los de Burgos”, almacenistas que procedían de esa ciudad.
Tras la venta del vino, se vaciaba la cuba, utilizando unas cántaras que eran primero de barro, después de Zinc, propiedad del Ayuntamiento para garantizar que su cabida real fuera de justo 16 litros.
Existía también el cargo de “corredor” o “sacador de vino”, que salía todos los años a subasta del Ayuntamiento, llegándose a pagar algún año por el rematante hasta 25 céntimos por cántara al Ayuntamiento.
Los precios de remate dependían de la cantidad de cosecha del año y del número de participantes en la subasta.
El precio que después cobraba el “corredor” al comprador del vino se fijaba también por el Ayuntamiento, habiendo años que se cobraron 50 céntimos por cántara más la propina.
Venancio fue durante 12 años “corredor” y tuvo que sacar algún pellejo de hasta “13 cantaras y cuartilla” de vino (unos 220 kgs).
El vino vendido se transportaba en camiones o incluso en carros tirados por caballerías cuando los compradores procedían de pueblos de la sierra.
El cargo de corredor duró hasta los años setenta del pasado siglo, aunque en el año 1961, hubo un intento de un vinatero de Burgos y de su proveedor, vecino del pueblo, para acabar con tal función, al traerse ellos su propia bomba y no querer depender del “corredor”. Por parte del Ayuntamiento se evitó dicho intento asignando a los solicitantes las peores horas nocturnas para efectuar la carga del vino, por lo que desistieron.
Posteriormente, en los años setenta se generalizó la adquisición de bombas por los particulares, bajó el mercado de “los de Burgos” y comenzó a venderse más a los almacenistas de la comarca que ya disponían de su propio servicio, por lo que vino a desaparecer el tradicional y curioso oficio de “corredor” o “sacador de vino”.
En época de vendimia se salía de casa antes de amanecer para ir andando a viñedos situados a veces a una hora de camino. Si era domingo, primero se escuchaba el rosario, después la misa, y se salía para estar en la viña cuando se empezaran a ver los racimos.
Se cortaba la uva con corquete, se depositaba en cestos de mimbre (algunos confeccionados por el propio Venancio). Posteriormente, el contenido de los cestos se depositaba en “comportones”, que llenos podían pesar 100 o 120 kgs y se cargaban en carros de llanta, 8 o 10 “comportones” por carro, los carros iban tirados por 2 o 3 ganados (mulas, caballos o yeguas).
Una vez llegados al pueblo los carros, la carga se vaciaba en los lagos (depósitos de obra cuadrados o rectangulares) o en los tinos (depósitos redondos de madera generalmente de roble).
Se vendimiaba durante dos o tres días y seguido se prensaba la uva durante todo un día, consiguiendo extraer de las uvas hasta un 80% del mosto. El trujal utilizado por Venancio se encontraba en la Calle Sindicato, habiendo en la localidad un total de 17 o 18 prensas para el servicio de todo el pueblo. En esa época cada cabeza de familia era un cosechero, por lo que habría en la localidad 125 o 150 cosecheros para un total de 400 o 450 habitantes.
La gente se apuntaba en una lista para prensar y cada cual trujalaba el día en que le “tocara la vez”. Durante el día se daban varias prensadas y se sacaba la oruja de la prensa dos veces en el día, saliendo una oruja muy buena, que luego se vendía a la Alcohelera de San Vicente de la Sonsierra y alguna vez a la de El Villar de Arnedo.
El mosto extraído de la prensa se transportaba en “mosteros” (pellejos de cabra prestados por los boteros de Alesanco “Práxedes” o “Melero”) en los que cabían 3 cántaras o 3 cántaras y media de mosto por cada mostero.
El mosto se transportaba a los “calados” (bodegas generalmente excavadas en el terreno) y se llenaban las cubas, dejando un hueco suficiente para la fermentación.
Cada cuba tardaba en fermentar una semana si el tiempo era bueno y diez o doce días si el tiempo enfriaba, habiendo ocurrido varias veces que había cubas que no llegaban a fermentar o fermentaban en la primavera del año siguiente.
Hay que señalar que el clarete de entonces se elaboraba con un 80% de uva garnacha negra y un 20% de uva blanca de las variedades viura y “cagazal”, no existiendo apenas el tempranillo ahora tan en boga.
En aquella época apenas se elaboraba vino tinto, únicamente el denominado “ojo de gallo”, que era el último vino que salía de la prensa y que tenía un poco más de color que el resto. Una vez fermentada la cuba se le añadía “metabisulfito” y una buena cantidad de yeso blanco especial procedente de la yesera de Alesanco.
En aquel entonces no se trasegaba el vino o había quien trasegaba una vez como mucho, a pesar de ello el vino obtenido era muy claro porque el yeso depositaba las heces en el fondo y la canilla sacaba el vino por encima de la capa de yeso y heces.
Durante el año se vendía el vino “a prueba”, es decir previa cata de la cuba por parte del interesado y conviniendo posteriormente el precio.
En aquella época se vendía el vino generalmente a “los de Burgos”, almacenistas que procedían de esa ciudad.
Tras la venta del vino, se vaciaba la cuba, utilizando unas cántaras que eran primero de barro, después de Zinc, propiedad del Ayuntamiento para garantizar que su cabida real fuera de justo 16 litros.
Existía también el cargo de “corredor” o “sacador de vino”, que salía todos los años a subasta del Ayuntamiento, llegándose a pagar algún año por el rematante hasta 25 céntimos por cántara al Ayuntamiento.
Los precios de remate dependían de la cantidad de cosecha del año y del número de participantes en la subasta.
El precio que después cobraba el “corredor” al comprador del vino se fijaba también por el Ayuntamiento, habiendo años que se cobraron 50 céntimos por cántara más la propina.
Venancio fue durante 12 años “corredor” y tuvo que sacar algún pellejo de hasta “13 cantaras y cuartilla” de vino (unos 220 kgs).
El vino vendido se transportaba en camiones o incluso en carros tirados por caballerías cuando los compradores procedían de pueblos de la sierra.
El cargo de corredor duró hasta los años setenta del pasado siglo, aunque en el año 1961, hubo un intento de un vinatero de Burgos y de su proveedor, vecino del pueblo, para acabar con tal función, al traerse ellos su propia bomba y no querer depender del “corredor”. Por parte del Ayuntamiento se evitó dicho intento asignando a los solicitantes las peores horas nocturnas para efectuar la carga del vino, por lo que desistieron.
Posteriormente, en los años setenta se generalizó la adquisición de bombas por los particulares, bajó el mercado de “los de Burgos” y comenzó a venderse más a los almacenistas de la comarca que ya disponían de su propio servicio, por lo que vino a desaparecer el tradicional y curioso oficio de “corredor” o “sacador de vino”.