El poblado de La Encina surge en la segunda mitad del siglo XIX con la implantación del ferrocarril. El tendido de las líneas desde
Madrid al Mediterráneo convierte los terrenos de la antigua Venta de la Encina en un lugar estratégico, al instalarse la bifurcación con destino a
Valencia y
Alicante.
A raiz de la construcción de la
estación, (una de las más importantes por equipamiento de toda la región y lugar de confluencia obligado por los numerosos transbordos que en ella se realizaban), surge el
pueblo para cubrir las necesidades de vivienda y servicios de los ferroviarios. La población llegó a ser hasta de 1.600 habitantes en la década de los cincuenta del siglo XX, para ir decayendo con la mejora técnica del ferrocarril. La construcción de un by-pass hizo perder casi toda su importancia a la estación, convertida actualmente en poco más que un apeadero y depósito de vagones.
El poblado, con menos de 200 personas de población estable, está formado por apenas tres
calles longitudinales pero ha sobrevivido a la desaparición del ferrocarril, aunque han desaparecido prácticamente todos los
comercios y servicios (apenas quedan una
panadería, un
bar, una mínima
escuela primaria y un centro de asistencia primaria).
En
verano es un tradicional
refugio vacacional, aunque no dispone de infraestructura hotelera.
En los años veinte intentó segregarse de
Villena, peticion desestimada por esta villa.