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De la miseria a la cocina de Arzak

«Estos árboles se han salvado por la economía de la subsistencia, por la miseria», explica rotundo Ramón Mampel, secretario de la Unió de Llauradors i Ramaders, que lleva 25 años defendiendo los olivos a capa y espada. Con verbo contundente explica que el paisaje ha sobrevivido en las comarcas del interior «porque no teníamos nada más». Mampel, que mantiene dos fincas de olivos monumentales en Traiguera, siempre se ha enfrentado a quienes querían hacer negocio arrancándolos.

Participó en la primera iniciativa para comercializar aceite con la marca ‘milenario’ dentro de la cooperativa Clot d’En Simó-Intercop. «La botella se vende a veinte euros, pero el aceite lo regalamos, cobramos por lo que ponemos dentro que son sentimientos, emoción, territorio, tradiciones, gastronomía… salvar un patrimonio no tiene precio», concluye. Un virgen extra valorado por su «gran sabor a fruta, que recuerda a la manzana y el plátano», como lo definió el chef Juan María Arzak al probarlo en la Feria del Gusto de Bilbao antes de llevarse algunas botellas a su cocina. El secreto está en la oliva farga, una variedad autóctona que introdujeron los primeros cultivadores por su resistencia y vigor. Este año la cosecha no ha sido buena a causa de la sequía, pues Mampel explica que han obtenido 400 litros cuando en otras campañas consiguieron hasta 5.000.

La peor amenaza para estos olivos no han sido las sequías o el frío, sino los humanos, que han causado más bajas directas que cualquier otra plaga. La moda de «ponga un olivo en su jardín» o el gusto por situarlos en medio de rotondas provocó un masivo
expolio entre los años 80 y mediados de los 2000, cuando se llegaron a arrancar miles de ejemplares. En la operación de traslado se cortan raíces y ramas, en un trato tremendamente agresivo para ejemplares tan antiguos. «Trasplantar un árbol viejo es un hecho antinatural, la propia definición de árbol es la de un individuo arraigado a un territorio», explica Bernabé Moya, director de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia, que detalla cómo «en la mayoría de los casos el árbol muere y los pocos que sobreviven quedan afectados con graves daños para el resto de sus vidas».