Situación:
Situada en la montaña media de l`Alcalatén, a 568 m de altura, y a 33 Km de Castellón, Llucena está emplazada estratégicamente sobre el estrecho y alargado lomo de un espolón montañoso, en medio de las estribaciones que, a modo de gigantesca y agreste escalera, descienden desde Penyagolosa -la máxima altura Valenciana- al mar.
Desde su elevada posición domina el profundo valle del río de su mismo nombre, vía de penetración hacia las tierras altas del interior desde la antigüedad. La misma altura matiza el genérico clima mediterráneo, proporcionando a Llucena veranos más frescos y una cierta mayor pluviosidad que en las tierras bajas de la costa.
Sobre su montaña, la población se muestra a los ojos del visitante, como un blanco reguero de casas presididas por un gran caserón («el Castell») que, en otros tiempos y con trazas Góticas ya perdidas, fue casa y castillo feudal construido sobre una anterior edificación musulmana. Con todo, se desconoce el momento histórico de la fundación de Llucena, aunque la raíz latina de su nombre nos proporciona un indicio del mismo, sin excluir asentamientos anteriores de épocas ibéricas o incluso del bronce, de las cuales encontramos vestigios en diversos lugares del término municipal.
La población tiene como centro una plaza con pórticos medievales originarios del siglo XIV, miradores del quehacer cotidiano de Llucena a través de los siglos. A un lado de la plaza, una decorada fuente, rodeada de casas de principios del siglo XX con destellos de Modernismo, mira al otro lado, al cuadrado campanario adosado a la gran iglesia barroca de mediados del siglo XVIII que constituye el templo arcipestral; de tres naves y cimacio ondulado, aún pueden verse en su ábside rectangular restos de la abundante decoración que la caracterizaba interiormente.
Por enfrente justo de la iglesia sube el «carrer Sant Roc», blanco y estrecho, que acaba en una empinada escalinata que asciende_ al c Castell». Desde allí el visitante obtendrá una magnífica vista de la población y del paisaje que la circunda.
En el «carrer Metge Nebot», que sale de la plazoleta de abajo, frente a la iglesia, hay un cuidado mirador sobre el río, desde donde se divisa la Badina, los meandros del río con Figueroles al fondo, y las colgadas casas construidas sobre los riscos de la parte de levante de la población. No tenga miedo el visitante, continúe andando, y piérdase por el pequeño laberinto de calles de este y del otro lado de la Plaza (suba allá por la empinada calle de Sant Isidro hasta «Les Eres», o baje por la calle de Santa Anna, junto al Ayuntamiento, para recorrer la parte de «La Solana»), sin duda encontrará rincones sorprendentes y encantadores y conocerá la vida íntima de Llucena. Después siempre es muy fácil volver a la Plaza.
Desde su elevada posición domina el profundo valle del río de su mismo nombre, vía de penetración hacia las tierras altas del interior desde la antigüedad. La misma altura matiza el genérico clima mediterráneo, proporcionando a Llucena veranos más frescos y una cierta mayor pluviosidad que en las tierras bajas de la costa.
Sobre su montaña, la población se muestra a los ojos del visitante, como un blanco reguero de casas presididas por un gran caserón («el Castell») que, en otros tiempos y con trazas Góticas ya perdidas, fue casa y castillo feudal construido sobre una anterior edificación musulmana. Con todo, se desconoce el momento histórico de la fundación de Llucena, aunque la raíz latina de su nombre nos proporciona un indicio del mismo, sin excluir asentamientos anteriores de épocas ibéricas o incluso del bronce, de las cuales encontramos vestigios en diversos lugares del término municipal.
La población tiene como centro una plaza con pórticos medievales originarios del siglo XIV, miradores del quehacer cotidiano de Llucena a través de los siglos. A un lado de la plaza, una decorada fuente, rodeada de casas de principios del siglo XX con destellos de Modernismo, mira al otro lado, al cuadrado campanario adosado a la gran iglesia barroca de mediados del siglo XVIII que constituye el templo arcipestral; de tres naves y cimacio ondulado, aún pueden verse en su ábside rectangular restos de la abundante decoración que la caracterizaba interiormente.
Por enfrente justo de la iglesia sube el «carrer Sant Roc», blanco y estrecho, que acaba en una empinada escalinata que asciende_ al c Castell». Desde allí el visitante obtendrá una magnífica vista de la población y del paisaje que la circunda.
En el «carrer Metge Nebot», que sale de la plazoleta de abajo, frente a la iglesia, hay un cuidado mirador sobre el río, desde donde se divisa la Badina, los meandros del río con Figueroles al fondo, y las colgadas casas construidas sobre los riscos de la parte de levante de la población. No tenga miedo el visitante, continúe andando, y piérdase por el pequeño laberinto de calles de este y del otro lado de la Plaza (suba allá por la empinada calle de Sant Isidro hasta «Les Eres», o baje por la calle de Santa Anna, junto al Ayuntamiento, para recorrer la parte de «La Solana»), sin duda encontrará rincones sorprendentes y encantadores y conocerá la vida íntima de Llucena. Después siempre es muy fácil volver a la Plaza.