Ya en el siglo XVII, y sin duda antes, volaban saetas como golondrinas tempranas por los cielos de España y de Nueva España. El franciscano fray Antonio de Ezcaray, en su libro contra los descotes y otras profanidades titulado Voces con dolor, impreso en Sevilla, en 1691, dice que en Méjico salían a medianoche él y otros frailes a echar saetas por la ciudad. Y añade: “Mis hermanos los reverendos padres del convento de nuestro padre San Francisco, todos los meses del año, el Domingo de Cuerda por la tarde hacían misión, bajando la comunidad a andar el ‘Vía Crucis’ con sogas y coronas de espinas, y, entre paso y paso, cantan saetas y después hay sermón.” Tenemos, pues, saetas, no sólo en Cuaresma y Semana Santa, sino todos los meses del año. Las oiría desde su convento sor Juana Inés de la Cruz y de los franciscanos españoles aprenderían a cantarlas los criollos y los indios devotísimos de Méjico, de Santa Fe de Bogotá y de Lima.