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OROPESA DEL MAR: Antonio, a mí tampoco me gustan los números rojos...

Antonio, muy bonito, mañana voy a hacer lo posible por llamaros. Te falta un mensaje para un capicúa.

NOEMI MALENA, por unas letrillas, de más o de menos, no vamos a dejar de llegar a esa capicúa, de que me hablas. Un abrazo.

CAPICÍA

Por un mensaje, no dejo
De poner unas letrillas
¡Que me salgan capicúa!
¡Qué contento estoy; chiquilla!

Capicúa es cuando empiezan
Y cuando termina igual
Como si fuera un columpio
Adelante y hacia atrás

Ana, es una capicúa
Pero amor, también lo es
Quien tiene amor, es que AMA
Y AMA, capicúa es.
A. E. I.

Bueno, pues ya llegaste al capicúa. Me gustan más las palabras capicúas que los números.

MALENA, a mi me gustan, las palabras sinceras, sean o no, capicúas; y los números verdaderos, siempre que no sean rojos, de los bancos.
Gracias por tu amable llamada, fue todo un placer, escucharte y hablar contigo. Espero disfrutes este verano, en esas tierras valencianas.
Un abrazo y os dejo estas letrillas.

GOLONDRINAS

Surcan los cielos y tierra
En vuelo, las golondrinas
Que llega en la primavera
Siendo del Sol, su madrina

A ras de tierra, un cohete
Que va surcando los aires
Pareciendo que se choca
En la calle, con los cables

Se acuestan, cuando oscurece
Salen al amanecer
Duermen en nidos de barros
Que tan bien saben hacer

Nos despiertan con sus trinos
Mientras aparece el día
Peleando con gorriones
Con bulla y algarabía

Para ahorrarse su trabajo
Los astutos gorriones
Le van quitando sus nidos
Que han puesto por los rincones

En lo alto de la torre
Desde un nido enmarañado
Repicotean la cigüeña
Con el cigüeño a su lado

Las golondrinas trabajan
Haciendo nuevos proyectos
Pasan como proyectiles
Atrapando los insectos

No se cansan estas aves
De trabajar todo el día
Haciendo sus nuevos nidos
Que es lo que siempre la guía

No me canso de admirar
El paso de esta ave, en vuelo
Incansable en sus quehaceres
Yendo siempre a ras del suelo
A. E. I.

Antonio, a mí tampoco me gustan los números rojos
Una primavera unas golondrinas anidaron en mi terraza. Sacaban la cabecita a través del nido y a la hora de comer nos miraban. Las migas del mantel se las comían, así un verano entero, pero cuando volvimos en Semana Santa nos encontramos el nido vacío. Lo abandonaron y nunca volvieron. El nido lo quitaron los pintores de la mancomunidad cuando repararon las fachadas.