El Cerro de Sopeña fue el centro de poder del Alto Palancia durante más de 1.000 años, habitado únicamente por reyes y nobles, rodeados de gruesos muros,
torres de vigilancia y hombres armados para su defensa, hoy en día presenta un aspecto que en nada recuerda a la imagen idealizada que de él nos ha llegado a través del
retablo del
altar mayor de la
Catedral (de Vicente Macip).
Junto a los restos de la última reconstrucción, ya en el s. XIX, en plenas guerras carlistas, se elevan sobre su cima numerosos
pinos ya entrados en años, dedicados únicamente a dar
sombra a un maravilloso
paseo que lo recorre y que lo convierte de nuevo en el lugar más privilegiado de
Segorbe, con una diferencia sustancial sobre otras épocas: Esta vez ya no hay reyes ni nobles temerosos de su destino, sino ciudadanos de a pie en busca de las caricias del viento en
primavera; o de la sombra que siempre sonríe en
verano; o del sonido que el paso lento produce sobre las hojas del
otoño; o incluso de la soledad del silencio de los
inviernos, nada de lo cual tuvo ni tendrá dueño.
Los hallazgos arqueológicos más antiguos fechan hacia el 1.500 a. de C. los primeros asentamientos humanos en el Cerro de Sopeña, si bien no hay referencias escritas a tal ocupación hasta el s. VIII, ya con la dominación árabe, suponiéndose que en épocas anteriores a éstos, y dada su situación estratégica, iberos,
romanos y visigodos se encargarían de proteger dicho enclave. La dominación árabe transformó por completo la ciudad, permaneciendo hasta nuestros días la disposición de sus estrechas y sinuosas
calles en el interior de la
muralla.
Durante el s. XI, Segorbe aparece como una auténtica ciudad amurallada, permaneciendo en poder de los musulmanes hasta la segunda mitad del s. XIII.
Jaime I la incorpora a la corona de
Aragón en 1245 tras un pacto con «Sayyid» Abú Zaid, antiguo rey moro de
Valencia desterrado por su oponente Zayyan, mediante el cual Abú Zaid conservaría Segorbe a cambio de su fidelidad a la corona.
Ya bajo mando cristiano, Segorbe llegó a ser residencia del rey de Aragón Martín el Humano, casado con Dª Maria de Luna, señora de Segorbe. En el s. XV, Segorbe se convierte en Ducado, siendo su primer Duque el infante D. Enrique de Aragón y Pimentel, que pasará a la
historia con el nombre de «Infante Fortuna». En el s. XVI, Alfonso de Aragón y Sicilia, segundó Duque de Segorbe, manda construir el
palacio ducal en la
plaza del
Agua Limpia, trasladando allá su residencia y abandonando el
castillo para siempre.
A partir de aquí el castillo se irá desmantelando para utilizar las
piedra de sus muros en diversas construcciones: Catedral, Antiguo
Hospital, etc siendo el s. XVIII el último que contemplara los restos de su esplendor. Durante las guerras carlistas se construyó un fuerte cuyos restos se conservan hoy.