Uno de mis puntos favoritos del pueblos es «la puerta trasera». El Pont de Darrere la Vila, desde donde se contempla la icónica imagen de esta población de interior que, cada invierno, suele vestirse de blanco al menos unos días. Desde aquí, me permito el lujo de perderme, subiendo por las inclinadas calles, algunas de apenas un metro de ancho. No tengo mucha idea de adonde iré a parar, pero pronto los indicadores me confirman que mis pasos van bien encaminados. Por aquí se llega a la Plaça de l’Ajuntament.