Quizá tuviera dos hijos, y los tendría
sin un remordimiento ni una cobardía.
Quizá serían huérfanos, y cuidándolos yo,
el niño iría de luto, pero la niña no.
¿No me hubieras vivido, tú, que fuiste una aurora,
una
granada roja de virginales gajos,
una devota de María Auxiliadora
y un misterio exquisito con los párpados bajos?