José María Cuéllar
Elegía
Floté nueve meses en el Vientre de mi madre; apenas abrí
Los ojos me los vieron azules.
Con el tiempo serían tal como son.
El abuelo se internó en las montañas buscando el copalchí
Para la leche y el amuleto para el mal de ojo.
Las fuentecitas rojas me las pusieron en la muñeca con un cordoncito azul,
Y ahumaron la esquina oeste de la casa para darme larga vida.
Me ungieron de ajos y tabaco la memoria,
Para evitar alucinaciones de coleópteros y ardores en la piel
Y me chuparon por la boca los malos espíritus.
Cuando pasó el cadejo un viernes en la noche
Y asomó su hociquito de cabra por la puerta, ya me habían salido cuatro dientes
Elegía
Floté nueve meses en el Vientre de mi madre; apenas abrí
Los ojos me los vieron azules.
Con el tiempo serían tal como son.
El abuelo se internó en las montañas buscando el copalchí
Para la leche y el amuleto para el mal de ojo.
Las fuentecitas rojas me las pusieron en la muñeca con un cordoncito azul,
Y ahumaron la esquina oeste de la casa para darme larga vida.
Me ungieron de ajos y tabaco la memoria,
Para evitar alucinaciones de coleópteros y ardores en la piel
Y me chuparon por la boca los malos espíritus.
Cuando pasó el cadejo un viernes en la noche
Y asomó su hociquito de cabra por la puerta, ya me habían salido cuatro dientes
Fuiste besada hace muchos años, por unos señores que ordenaban
Las vacas y colgaban los aparejos en la cocina.
Mientras comías turrones junto al brasero tus labios se movían
Con hermosas canciones.
Para salir te ponías los mejores trajes, cerrabas la ventana
Te inclinabas en la sombra como para tocar violín,
Y la oscuridad era dulce como un vestido de noche
Y tu belleza acariciaba como el sabor de una fruta.
Las vacas y colgaban los aparejos en la cocina.
Mientras comías turrones junto al brasero tus labios se movían
Con hermosas canciones.
Para salir te ponías los mejores trajes, cerrabas la ventana
Te inclinabas en la sombra como para tocar violín,
Y la oscuridad era dulce como un vestido de noche
Y tu belleza acariciaba como el sabor de una fruta.
La polilla agujerea tus mantillas de misa
Y tus brazos atormentados por las moscas son fantasmas en la humedad
De la tierra.
Los espejos quedaron solitarios y tu cuerpo encendió los pastizales.
Porque tus labios convertían en canción el hervor de la olla,
Y tus palabras se enfriaban cuando la enfermedad te visitaba.
Ya no había perfumes de nardo en la noche.
El patio olía a flores de naranjo.
Los ojos de la gente hurgaban en la casa; querían poner
Las cosas en otro sitio y llenar de lágrimas la estancia.
Alguno lloró largamente junto a la puerta o tuvo accesos.
Llegaron familiares con gallinas y frutos;
Tomaron café rodeados de sus hijos mientras alumbraban
Las luciérnagas desde los vegetales.
Y tus brazos atormentados por las moscas son fantasmas en la humedad
De la tierra.
Los espejos quedaron solitarios y tu cuerpo encendió los pastizales.
Porque tus labios convertían en canción el hervor de la olla,
Y tus palabras se enfriaban cuando la enfermedad te visitaba.
Ya no había perfumes de nardo en la noche.
El patio olía a flores de naranjo.
Los ojos de la gente hurgaban en la casa; querían poner
Las cosas en otro sitio y llenar de lágrimas la estancia.
Alguno lloró largamente junto a la puerta o tuvo accesos.
Llegaron familiares con gallinas y frutos;
Tomaron café rodeados de sus hijos mientras alumbraban
Las luciérnagas desde los vegetales.
Tus párpados cayeron como plazuela antigua.
Varios llegaron a ti girando sobre la tierra
Y dejaron una carta bajo la puerta; también llegaron pájaros
Con su pico de leño a oscurecer la ventana.
La soledad como una bata antigua
Y los perros ladraban arañando los frutos de la tierra…
Varios llegaron a ti girando sobre la tierra
Y dejaron una carta bajo la puerta; también llegaron pájaros
Con su pico de leño a oscurecer la ventana.
La soledad como una bata antigua
Y los perros ladraban arañando los frutos de la tierra…
Heredo de mis padres el orgullo de ponerme un candado en la boca
Y de burlarme cuando me da la gana.
Sólo a ellos debo el movimiento de las manos y la torpeza de caminar
Con un hombro inclinado.
Tengo palabras bárbaras heredadas de un pasado bárbaro.
En ese tiempo me llevaron con la cara sucia
A cantarle a una virgen que tiene un dedo pálido en la boca.
Me desesperaba a las seis de la mañana y me iba a mitad de la finca
A destripar caracoles o recoger manzanas pedorras
O tal vez capulines y pasaba frente a mi tía muy templado —así le llamaba ella al modo de andar que por ese tiempo me había inventado—
Y entre dientes me llamaba verde, lo que le valía una mordida
En los brazos o las nalgas
Y de burlarme cuando me da la gana.
Sólo a ellos debo el movimiento de las manos y la torpeza de caminar
Con un hombro inclinado.
Tengo palabras bárbaras heredadas de un pasado bárbaro.
En ese tiempo me llevaron con la cara sucia
A cantarle a una virgen que tiene un dedo pálido en la boca.
Me desesperaba a las seis de la mañana y me iba a mitad de la finca
A destripar caracoles o recoger manzanas pedorras
O tal vez capulines y pasaba frente a mi tía muy templado —así le llamaba ella al modo de andar que por ese tiempo me había inventado—
Y entre dientes me llamaba verde, lo que le valía una mordida
En los brazos o las nalgas