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PETRES: el Padre en el abismo...

María Baranda

Ángeles de proa

I

Hemos llegado
y no es del mar donde somos,
aquí hace tiempo estaba nuestra casa,
en el Oriente de los vientos;
las mujeres veían pasar las nubes lentas,
había plantas muy distintas
arraigadas al sol que tanto se recuerda,
y era la voz de helechos y largos chayotillos
lo que a diario nos llamaba,
antigua era la casa de húmedas entrañas,
de árboles de sangre y pájaros,
1qs cerros y los montes
Se alzaban bruscamente,
altas las pendientes y el estanque frío

donde extraviamos lo que vimos,
después los hombres se fueron hacia el frente
hinchados de gloria y de batallas:
si alguna vez fuéramos grandes...

pero la historia
de la tierra se borraba, así,
tan solas nos quedamos
con el honor y la excelencia al hombro,
entonces por boca de la anciana
supimos de extrañas ceremonias
donde se guarda a Dios

y se lame su palabra,
árboles se erguían en los sueños
y no había
olor de azahar, de acanto o de albahaca,
los pies eran ligeros, y la lluvia...
cantaba un gallo muy lejano,
de esos guardados entre pastas
de viejas biblias ya olvidadas,
hermosos los ojos que leían, ¡ah!,
los labios, los sueños de las otras,
las olas eran altas, grandes
las piedras donde ningún sonido era eterno
en las regiones de las aguas;

luego,
vestidas con las telas
y las flores,
llegaba el momento de rezar y de llenar la noche
con palabras, porque las horas,
las horas no se escapan,
todas están habitadas,

ángeles venidos de la Altura
cruzaban muchos círculos,
ofrendas de pimientos y frutas muy jugosas
eran puestas al paso de los templos, los ángeles
con las manos abiertas, decían el Bien decían
el Mal
hasta la hora en que una estrella
aparecía en el firmamento
y toda exclamación se disipaba,

montes verdísimos lucían sus yerbas
de epazote y toronjil, arriba
la Virgen del Recuerdo
se iba lejos con la cabe/a al sol,
el mundo eran los días, calendarios
tallados a muerte, voces
de una piedra consagrada
que sabía del tiempo seco y amarillo de
los campos,
de la tierra de azúcar verde y de fuego
que soñaba con el pan dulce de la escanda,
todos estos lugares se oían en los suburbios,
y nosotros, mientras narraban, teníamos miedo
de los demonios que miran a los niños
y pensábamos en esos Santos sin ningún oficio
que ardían en las hogueras, con una mano en
la boca
y la otra en el vacío, luego
brotaban los fantasmas
de bestias hace siglos ya enterradas,
dos sílabas caídas de un cadáver
aún mojado por las tibias gotas de la lluvia:

el Padre en el abismo
que ruega por el sol y su blanca marejada,
el Padre en el principio que todo lo reclama,
el todopoderoso que guarda de noche
su ejército de dioses,
caballos de viva sangre eran su primer coro,
y la palabra pura

en el mundo
libre al aire y al mar;
de allí los hombres, los mineros,
cocina de pan y de miel
donde el Padre decía los oráculos,
y el cielo tan azul,
y su murmullo, la voz del Pez
y la derrota de aquello no escuchado,
el Tiempo decía que lo borrara de su libro
pero él, el único, el todo roca y puro para siempre,
cerró su corazón, lamió
los márgenes del terebinto y dijo al ermitaño
tu será de niña pero tu acción...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
¡Señor, el mundo es tan ajeno!,
será, narraba aquella anciana, cuando se
guarde el sol
y de los montes bajen a un feudo de leyendas,
en paz con la mesura del enebro, lo harán
por la espiral del cielo, el corazón a punto
y la marea...

así fue el nacimiento
de todos los Espíritus, ... (ver texto completo)