Enrique Díez-Canedo
Mar pagano
La voz del mar es un clamor de furia,
de paroxismo. En el temblor del agua,
con espasmos de amor y de lujuria,
tal vez un mito divinal se fragua.
Líquidas trallas baten los cantiles;
y es tan tremendo el ímpetu que azota
los peñascos austeros y seniles,
que su masa en esquirlas salta rota.
El sol es como un ascua. Es un glorioso
pastor; desde los cielos deslumbrantes,
guía un blanco rebaño milagroso
de magníficas olas espumantes.
Mar, ¿qué quieres? Acaso en esta ruda
contienda, en este rebramar sonoro,
va a surgir otra vez, blanca y desnuda,
de entre tus olas Afrodita de oro,
y esas torsiones ásperas, supremas,
son del nuevo prodigio las señales?
¿O quieres, de tu azul, fundir dos gemas
para sus claros ojos inmortales?
Mar pagano
La voz del mar es un clamor de furia,
de paroxismo. En el temblor del agua,
con espasmos de amor y de lujuria,
tal vez un mito divinal se fragua.
Líquidas trallas baten los cantiles;
y es tan tremendo el ímpetu que azota
los peñascos austeros y seniles,
que su masa en esquirlas salta rota.
El sol es como un ascua. Es un glorioso
pastor; desde los cielos deslumbrantes,
guía un blanco rebaño milagroso
de magníficas olas espumantes.
Mar, ¿qué quieres? Acaso en esta ruda
contienda, en este rebramar sonoro,
va a surgir otra vez, blanca y desnuda,
de entre tus olas Afrodita de oro,
y esas torsiones ásperas, supremas,
son del nuevo prodigio las señales?
¿O quieres, de tu azul, fundir dos gemas
para sus claros ojos inmortales?