Un
pueblo precioso y encantador, y como pasa en todos lugares, hay gente que te cae bien y otra no, pero se puede disfrutar y gozar de él.
La subida a la Mola, las vistas desde
el Garbí, caminar por su GR y su tranquilidad merecen la pena, como igualmente estar en sus
fiestas a finales de julio y
comer de las calderas que hacen en la
plaza o correr, si te atreves, en
toro embolado
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