Cap. 15 – Viaje a Martos a casar a Joaquín.
2002 noviembre o diciembre - Extraído del C. Deyes – Día a día.
Está molido. Hace ya por lo menos seis meses, que no hace nada del oficio y ahora, la percha, el rodillo, el continuo braceo lo resiente, como cuando se empieza a producir un callo. Está desenado que termine esta semana, en la cual, se comprometió a ayudar a su hijo. Es sorprendente, la falta de interés que le sumerge, por estas actividades que Hace solamente pocos meses, eran la razón principal, de su día. El trabajo que están haciendo, es repetitivo, monótono; le deja tiempo para ir pensando en sus cosas. Juanito y los otros – el lampista, Petrick Jalud que le está poniendo un parqué – Bromean en la pieza contigua. JP, se ha apartado, se ha colocado el casco de su radio portátil, y se desentiende de ellos, encerrado en su ligera depresión.
Debe ser este cambio radical de su activad, que lo tiene desajustado. Además, a pesar de los intentos de comunicar con su hijo, de participar e intervenir en sus problemas familiares, Juanito no responde. Él sí que está deprimido. Él sufre y su padre no sabe cómo ayudarle.
Estos inicios abortados de la vida independiente de su hijo, rebotan en él y agravan el silencio que entre los dos persiste.
Está deseando que termine la semana. Esta tarde, irá con sus hijas, no cree que su mujer quiera venir también, a escogerse un traje. Tiene ganas de cambiarse el vestuario, como si quisiera sacarse el pellejo viejo y ponerse uno nuevo más acorde con su actual estatuto de jubilado. Trajes y vestimentas no le faltan en sus tres armarios y sus cuatro cajones de cómoda: Carmen se ha aplicado a llenárselos con lo que le compra. Hasta ahora, Justo se ha conformado con esos trapajos, pantolonejos, chaquetuchas y demás. Ahora se escogerá él algo a su gusto, que acabará, seguro, en uno de los roperos, arrinconado, olvidado, porque Al cabo a él, lo que le va, es un pantalón vaquero, un chándal y unas bambas cómodas.
Está entretenido con estos pensamientos, y se da a él mismo la razón, cuando piensa que nunca escoge lo que le gusta, que ese traje que proyecta comprase, acabará por ir a parar junto a la ropa que no usa.
Ayer, cuando Carmen le reprochaba su atuendo de portugués, le dijo:
¬ Es verdad. Estoy siempre hecho un desarrapado, siempre en vaqueros, y si puede ser el mismo y más viejo, que espero que me laves para volverme a poner. ¿No dijo tu hija Mari que el marido de Rut, conocía un grosista que le hace el precio al mayor?
¬ Sí. Puedes ir con ella esta tarde, cuando sueltes de con tu hijo, y te escoges algo que te guste, y que te vayas a poner. Tienes el armario lleno de trajes Pierre Cardín, Hugo Boss,
¬ Ya lo sé. Están nuevos, y ya me están un poco estrechos, y las mangas…
¬Tienes el traje Pierre Cardín, Hugo Boss, Yves san Laurent, que ya no te pones y que podrías usar a diario, en vez de tu sempiterno vaquero manchado de pintura ¿No?
¬ Tienes razón: Voy a trajearme ahora de rentero. Corbata y bombín.
¬ No te pido yo tanto. Con que por las tardes cojas un pantalón fino, y una chaqueta, me conformaría. Pero bueno: Ya vigilaré yo, cuando merques ese traje, a ver si lo usas o no. Por lo menos para las bodas y los entierros.
Al cabo, estos pensamientos le tienen tan distraído, que cuando le llega la voz de Patrick, que le está diciendo a su cuñado Juanito: “Tu padre no está aquí… Tu padre se está encerando en sí mismo y no participa” Lo releva, pero no reacciona.
¬ Papá. ¡Papá! Que ya hemos terminado. Para esa radio, y venga que nos vamos. ¿Estás enfadado con nosotros? ¿No? Pues lo parece. No has dicho una sola palabra esta tarde.
¬ Estaba pensando, hijo.
¬ ¿En qué tan importante?
¬ Estaba pensando que tenía que pensar…
El apartamento que estamos preparando entre los dos cuñados y un poco mi ayuda, está en el cogollo del distrito cuarto de Lyon. En la calle Pelletier. Domina por su posición todos los otros edificios que se le interponen a la ciudad gala. Encima de ésta, se amontonan nubes grisáceas, en borbotones como cucuruchos de helados italianos. Va a nevar, seguro; si no esta tarde, por la noche o mañana… Seguro.
1975? – Diario de L Pp. – Sin fecha precisa:
Estamos cargando maletas – ellos, yo sigo aquí en la terraza de la casa de Purita, tomando el sol – para el inminente viaje a Martos. Si yo no participo en los preparativos, es porque mi acometida es llevarlos a todos con el coche hasta el destino. Carmen me ha dicho:
¬ Tú descansa. Relájate, que luego, son muchas horas de conducir y te puedes cansar. Ya cargaremos nosotros el coche.
¬ No os cabrá todo en el portaequipaje.
¬ Bueno. No te pienses que sólo tú, sabe recalcar cosas en un coche.
Es lo del cuento aquel del tío que saca una enorme bola del hoyo, y cuando la tiene afuera, vuelve a caer dentro. JP, sabe que luego él, tendrá que sacar todo de nuevo del cofre y colocarlo tan ajustado que ni una mosca podrá ubicarse en un hipotético hueco. Sabe que Carmen le meterá cosas en el habitáculo, en la playa trasera, impidiendo visón por el retrovisor, una cesta entre las piernas, chaquetas en los asientos…
Pero por lo pronto, aprovecha esta orden de reposo, y apunta en su libreta, lo que se le va ocurriendo, entre los momentos de lucidez y los espasmos de sueño. Las abejas liban las últimas flores de la higuera, que echa la segunda tanda de higos blancos, unos pajarracos, grajos o cogutas, no sabe, se desgañitan con sus graznidos estridentes en el terreno de por encima de la piscina: Tiene que haber un nido, o algo de comer por allí que tanto vienen a pesar de la presencia de la familia. No le molestan, pero lo distraen. ¿Qué estaba anotando?
“LPP. Conquerant 7:
“El follón que me han liado entre las hermanas y él (Joaquín): Que si yo voy con mi marido en el coche de Justo, que el que va en el coche de Justo soy yo (Joaquín), que si cabemos cuatro, dos delante cuatro detrás…” Nadie cuenta conmigo, a saber si tengo alguna preferencia en llevar uno u otro. Yo aquí, soy el chofer y nada más. Al reclamo, aparece Rafael, que propone otra solución:
¬ Si os parece, yo puedo llevar en mi 850, cinco viajeros; por ejemplo, Paco María y Joaquín, detrás, y,
¬ Que ya he dicho que del Simca no me muevo, ¡coño! – Protesta Jakí.
¬ ¡Hombre! Lo dije, porque todos no vais a poder ir con Justo. No os vais a amontonar como sardinas, Habiendo como hay otros vehículos a disposición.
¬ Qué se vayan contigo, la Milagritos y Paco María. Yo he venido de Francia con este coche, y con este coche voy a Martos y con este coche, me voy a pasear con mi futura, por la plaza del ayuntamiento. Así que esto hay.
Justo que les oye, se levanta sobre un codo, y lanza:
¬ A ver cuando me compráis la gorra de chofer, dueños del coche.
Las abejas, se han cansado de libar las rasposas flores de la higuera, y empiezan a zumbar alrededor del que intenta escribir, probablemente atraídas por el sudor, que debe de ser dulzón, y que le gotea de la frente a los ojos. Los acomodadores le dicen algo desde la terraza baja, pero Justo ya está en otro capítulo y no les oye. La capuzada en la piscina lo limpia de fluidos y le despeja la modorra.
Camino de santa Elena.
¬ Después de sacar todos los bultos y del capó y del habitáculo, Justo vuelve a colocarlos todos, en el porta equipaje, bien arrimados. La familia se impacienta; el portalón está ya abierto, Rafael con su fratría en el 850, va a dirigir el viaje poniéndose en cabeza. Francisco y Ángeles, le siguen con algunos sobrinos y Justo cerrará la marcha de manera a recoger a los que se caigan de los otros dos coches.
Da gusto viajar tempranito, con el sol húmedo del rocío, y el cielo limpio de nubes. Y para empezar la carretera, casi recta, de la Coruña. Luego empezarán a percibir los olores del sur: Azahar al pasar por las huertas de Murcia y Alicante, de limones, de olivos; y si te paras por desentumecer las piernas, Hasta las chicharras oyes enlitrar.
2002 noviembre o diciembre - Extraído del C. Deyes – Día a día.
Está molido. Hace ya por lo menos seis meses, que no hace nada del oficio y ahora, la percha, el rodillo, el continuo braceo lo resiente, como cuando se empieza a producir un callo. Está desenado que termine esta semana, en la cual, se comprometió a ayudar a su hijo. Es sorprendente, la falta de interés que le sumerge, por estas actividades que Hace solamente pocos meses, eran la razón principal, de su día. El trabajo que están haciendo, es repetitivo, monótono; le deja tiempo para ir pensando en sus cosas. Juanito y los otros – el lampista, Petrick Jalud que le está poniendo un parqué – Bromean en la pieza contigua. JP, se ha apartado, se ha colocado el casco de su radio portátil, y se desentiende de ellos, encerrado en su ligera depresión.
Debe ser este cambio radical de su activad, que lo tiene desajustado. Además, a pesar de los intentos de comunicar con su hijo, de participar e intervenir en sus problemas familiares, Juanito no responde. Él sí que está deprimido. Él sufre y su padre no sabe cómo ayudarle.
Estos inicios abortados de la vida independiente de su hijo, rebotan en él y agravan el silencio que entre los dos persiste.
Está deseando que termine la semana. Esta tarde, irá con sus hijas, no cree que su mujer quiera venir también, a escogerse un traje. Tiene ganas de cambiarse el vestuario, como si quisiera sacarse el pellejo viejo y ponerse uno nuevo más acorde con su actual estatuto de jubilado. Trajes y vestimentas no le faltan en sus tres armarios y sus cuatro cajones de cómoda: Carmen se ha aplicado a llenárselos con lo que le compra. Hasta ahora, Justo se ha conformado con esos trapajos, pantolonejos, chaquetuchas y demás. Ahora se escogerá él algo a su gusto, que acabará, seguro, en uno de los roperos, arrinconado, olvidado, porque Al cabo a él, lo que le va, es un pantalón vaquero, un chándal y unas bambas cómodas.
Está entretenido con estos pensamientos, y se da a él mismo la razón, cuando piensa que nunca escoge lo que le gusta, que ese traje que proyecta comprase, acabará por ir a parar junto a la ropa que no usa.
Ayer, cuando Carmen le reprochaba su atuendo de portugués, le dijo:
¬ Es verdad. Estoy siempre hecho un desarrapado, siempre en vaqueros, y si puede ser el mismo y más viejo, que espero que me laves para volverme a poner. ¿No dijo tu hija Mari que el marido de Rut, conocía un grosista que le hace el precio al mayor?
¬ Sí. Puedes ir con ella esta tarde, cuando sueltes de con tu hijo, y te escoges algo que te guste, y que te vayas a poner. Tienes el armario lleno de trajes Pierre Cardín, Hugo Boss,
¬ Ya lo sé. Están nuevos, y ya me están un poco estrechos, y las mangas…
¬Tienes el traje Pierre Cardín, Hugo Boss, Yves san Laurent, que ya no te pones y que podrías usar a diario, en vez de tu sempiterno vaquero manchado de pintura ¿No?
¬ Tienes razón: Voy a trajearme ahora de rentero. Corbata y bombín.
¬ No te pido yo tanto. Con que por las tardes cojas un pantalón fino, y una chaqueta, me conformaría. Pero bueno: Ya vigilaré yo, cuando merques ese traje, a ver si lo usas o no. Por lo menos para las bodas y los entierros.
Al cabo, estos pensamientos le tienen tan distraído, que cuando le llega la voz de Patrick, que le está diciendo a su cuñado Juanito: “Tu padre no está aquí… Tu padre se está encerando en sí mismo y no participa” Lo releva, pero no reacciona.
¬ Papá. ¡Papá! Que ya hemos terminado. Para esa radio, y venga que nos vamos. ¿Estás enfadado con nosotros? ¿No? Pues lo parece. No has dicho una sola palabra esta tarde.
¬ Estaba pensando, hijo.
¬ ¿En qué tan importante?
¬ Estaba pensando que tenía que pensar…
El apartamento que estamos preparando entre los dos cuñados y un poco mi ayuda, está en el cogollo del distrito cuarto de Lyon. En la calle Pelletier. Domina por su posición todos los otros edificios que se le interponen a la ciudad gala. Encima de ésta, se amontonan nubes grisáceas, en borbotones como cucuruchos de helados italianos. Va a nevar, seguro; si no esta tarde, por la noche o mañana… Seguro.
1975? – Diario de L Pp. – Sin fecha precisa:
Estamos cargando maletas – ellos, yo sigo aquí en la terraza de la casa de Purita, tomando el sol – para el inminente viaje a Martos. Si yo no participo en los preparativos, es porque mi acometida es llevarlos a todos con el coche hasta el destino. Carmen me ha dicho:
¬ Tú descansa. Relájate, que luego, son muchas horas de conducir y te puedes cansar. Ya cargaremos nosotros el coche.
¬ No os cabrá todo en el portaequipaje.
¬ Bueno. No te pienses que sólo tú, sabe recalcar cosas en un coche.
Es lo del cuento aquel del tío que saca una enorme bola del hoyo, y cuando la tiene afuera, vuelve a caer dentro. JP, sabe que luego él, tendrá que sacar todo de nuevo del cofre y colocarlo tan ajustado que ni una mosca podrá ubicarse en un hipotético hueco. Sabe que Carmen le meterá cosas en el habitáculo, en la playa trasera, impidiendo visón por el retrovisor, una cesta entre las piernas, chaquetas en los asientos…
Pero por lo pronto, aprovecha esta orden de reposo, y apunta en su libreta, lo que se le va ocurriendo, entre los momentos de lucidez y los espasmos de sueño. Las abejas liban las últimas flores de la higuera, que echa la segunda tanda de higos blancos, unos pajarracos, grajos o cogutas, no sabe, se desgañitan con sus graznidos estridentes en el terreno de por encima de la piscina: Tiene que haber un nido, o algo de comer por allí que tanto vienen a pesar de la presencia de la familia. No le molestan, pero lo distraen. ¿Qué estaba anotando?
“LPP. Conquerant 7:
“El follón que me han liado entre las hermanas y él (Joaquín): Que si yo voy con mi marido en el coche de Justo, que el que va en el coche de Justo soy yo (Joaquín), que si cabemos cuatro, dos delante cuatro detrás…” Nadie cuenta conmigo, a saber si tengo alguna preferencia en llevar uno u otro. Yo aquí, soy el chofer y nada más. Al reclamo, aparece Rafael, que propone otra solución:
¬ Si os parece, yo puedo llevar en mi 850, cinco viajeros; por ejemplo, Paco María y Joaquín, detrás, y,
¬ Que ya he dicho que del Simca no me muevo, ¡coño! – Protesta Jakí.
¬ ¡Hombre! Lo dije, porque todos no vais a poder ir con Justo. No os vais a amontonar como sardinas, Habiendo como hay otros vehículos a disposición.
¬ Qué se vayan contigo, la Milagritos y Paco María. Yo he venido de Francia con este coche, y con este coche voy a Martos y con este coche, me voy a pasear con mi futura, por la plaza del ayuntamiento. Así que esto hay.
Justo que les oye, se levanta sobre un codo, y lanza:
¬ A ver cuando me compráis la gorra de chofer, dueños del coche.
Las abejas, se han cansado de libar las rasposas flores de la higuera, y empiezan a zumbar alrededor del que intenta escribir, probablemente atraídas por el sudor, que debe de ser dulzón, y que le gotea de la frente a los ojos. Los acomodadores le dicen algo desde la terraza baja, pero Justo ya está en otro capítulo y no les oye. La capuzada en la piscina lo limpia de fluidos y le despeja la modorra.
Camino de santa Elena.
¬ Después de sacar todos los bultos y del capó y del habitáculo, Justo vuelve a colocarlos todos, en el porta equipaje, bien arrimados. La familia se impacienta; el portalón está ya abierto, Rafael con su fratría en el 850, va a dirigir el viaje poniéndose en cabeza. Francisco y Ángeles, le siguen con algunos sobrinos y Justo cerrará la marcha de manera a recoger a los que se caigan de los otros dos coches.
Da gusto viajar tempranito, con el sol húmedo del rocío, y el cielo limpio de nubes. Y para empezar la carretera, casi recta, de la Coruña. Luego empezarán a percibir los olores del sur: Azahar al pasar por las huertas de Murcia y Alicante, de limones, de olivos; y si te paras por desentumecer las piernas, Hasta las chicharras oyes enlitrar.