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ALCONCHEL: Y con la pregunta y el tirón le saca la muela de cuajo...

Y con la pregunta y el tirón le saca la muela de cuajo y termina de desencajarle la quijada. No le ha hecho sentarse, no ha encendido la luz de la sombría habitación - despacho de librero, antesala del Rastro.
¬ Ya está, mozuelo engañoso. ¿Le ha dolido?
¬ Francamente poco; y ya se me pasó. ¿Qué le debo, señor excelente sacamuelas?
¬ Nada hombre. ¿Qué cobraría un dentista de tu Francia de origen, por dos minutos de trabajo?
¬ ¡Uy! Mucho más que eso. Dígame que le ¿pague? ¿Y qué me manda para que se me corte la hemorragia? ¿Un anelgésico?
¬ Pamplinas. ¿Tú quieres comer pavo mañana?
¬ Si señor. Aunque sea molido.
¬ Pues te vas a ir a esa taberna de enfrente. Pides un taco de jamón, y una cerveza. Tú mastica tú te enjuagas la boca con la cerveza, tú la escupes, y vuelves a masticar el taco de jamón. Verás cómo se te corta la hemorragia y mañana pavo y huesos de pavo podrás comer.
Oye: Ni el santo Juan de las entretelas de Mamá Amparo, lo habría curado mejor: Justo sigue las prescripciones los primeros minutos, y después, por si acaso, pide otro taco de jamón, reclama otra cerveza, mediana Mahou, de ocho grados y se come y se bebe el remedio. Los médicos, son como los fusiles Winchester: Uno de cada mil sale buenísimo.
Jakí vuelve de pasear por el cerro alto, con su refocilada futura cónyuge.
¬ ¿Y qué? ¿Y qué? ¿Y qué? - Le pregunta Justo, interesado a su pesar por las bajas obras, de su acuñador cuñado.
¬ Na, macho. Estaba tan atorao, que creo que le he… metío…
¬ Bueno. Pero no te embales. Yo lo que pretendo saber, si me lo quieres decir, claro, es cómo te has reconciliado con ella, y si te ha aclarado lo de las cartas y de sus otros aspirantes; Si es cierto que eres el primer novio a chupar del tarro, por decirlo de alguna manera. Cuentas lo que quieras contarme. No pierdas de vista, que te vas a casar con ella. No tires piedras a un tejado que puede ser luego tuyo.
Boda memorable: sencilla para los hastiados de celebraciones turistas franceses que asistieron; memorable para los curiosos del pueblo, que la criticaron a todo meter.
¬ ¡(M) Ira, iráa! Vaya vestido que lleva la madrina: Se le ven las bragas.
¬ Ira en drento del coche: Hasta llevan para hacer cine.
¬ Y qué, a lo mejor el coche y el cine, son de alquiler. O lo están pagando a plazos. Estos esperrillaos vienen a refregarnos por los hocicos, su riqueza, su coche su cámara de cine, y se vienen a casar con esa golfa del barrio gitano.
Todo usual de un pueblo de retrasados mentales, de pobretones, envidiosos, enfrentados de pronto a los boatos de una celebración de capital. Nada extraordinario fue la boda de Joaquín y la marteña. Pero para el pueblo aquel, llamó la atención.
A la diferencia de la boda de Miguel y Natalia, para Joaquín y Carmen, se alquiló la sala de fiestas del pueblo. El cava corría por las mesas donde abundante mariscos llenaban las bandejas que iban a parar a los cestos que las invitadas traían para ese propósito. ¡Curiosas costumbres las marteñas!
Corría el champán francés por las mesas de las dos familias regalado por la madrina, adepta de esta bebida con chispitas. La novia, vino a sacar a Justo para el baile de honor y para otros varios más.
¬ Entonces, Justo, las cartas ¿me las escribías tú?
¬ ¿Eso te ha dicho tu marido?
¬ No ha hecho falta: En cuanto recibí su primera carta, la que él me escribió desde Madrid, comprendí el tejemaneje que os traíais los dos. Te digo una cosa: Ya me lo barruntaba yo. Las veces que he hablado por teléfono, como Joaquín hablaba, no escribía el que fuera que escribiera.
¬ Bueno mujer; ya te he dio que yo, me limitaba a sacarle al corcho la sustancia, y luego traducir sus sentimientos hacia ti… Yo, al fin y al cabo,
¬ ¿Cómo dices? ¿A qué corcho te refieres?
¬ Al alcornoque de tu marido.
Es la segunda o tercera vez que viene con una copa par Justo, y se queda a bailar con él. Justo como de costumbre, ha bailado unos roks y sobre todo pasodobles, con su mujer, y luego se pasea entre las parejas filmando. A nadie le parece mal, que la novia baile tanto con él, Joaquín no sabe. Está muy ocupado bebiendo coca cola, - una cura de desintoxicación le tiene a régimen seco por el momento – y restregándose los ojos que tiene como tomates de la conjuntivitis.
Su acercamiento, y sus embelesos cuando le mira, se pueden atribuir al cariño y admiración que tiene por el artífice de su ¿Felicidad? ¿Infelicidad? Cuando empieza a susurrarle, en medio del barullo bullanguero,
¬ ¿Tú sabes que cuando vinisteis a la otra boda, en quién me fijé fue en ti?
Prudente Justo, se ha dado la vuelta, para que ella dé la espalda a la mesa presidencial, no vaya a ser que Carmen, su mujer, o Joaquín el conjuntivítico, sepan leer en los labios.
¬ Porque no sabías que estaba felizmente casado.
¬ Y tú, me llevaste de la mano a Joaquín,
¬ Por aquello de que “Lo que se van a comer los gusanos, lo aproveche algún cristiano” Pero, yo, prefiero tenerte cerca, aunque sea en la cobija de ese zángano, que,
Piensa que se está pasando de la raya límite de las buenas conveniencias, piensa que ella le está dando pie, y que él, olvida que eso no puede ser y mucho menos aquí y ahora. Achaca al colmo, al exceso de cuba libres; sobre todo al último que le ha traído la novia, que estaba c aliente y se le ha subido a la cabeza; Ella le está escrutando, la mirada clavada en sus ojos; Y de pronto ve ante él, una muchachita, humillada, defraudada, que se equivocó de sujeto e intenta hacer comprender al objeto de su deseo, que no es una roba maridos, ni una descarriada, sino una mujercita que busca su camino e intenta escapar de la sima de olvidos de aquel mísero pueblo, por el único medio que se le puso a su alcance: Los turistas franceses.
¬ Carmen, ¡Carmen! Que os están mirando.