Ofertas de luz y gas

ALCONCHEL: Antes la vida transcurría tranquila, y hasta los embates...

Para que me lean unos cuántos compañeros, antiguos condiscípulos, mis más allegados y para D. Pedro González Candanero. Pbro. El Superior más querido, el que me enseñó a sentir, a vivir en mis letras, reservo las mejores de éstas páginas:

La Sra. Fermina está en la única habitación de la barraca, compungida y llorosa hace maquinalmente la maleta para su hijo Justo que se marcha mañana al seminario.
¬ ¡Jesús María y José!
¬ ¿Qué? Le responde su hermano que está sentado en su pequeña mesita, en un rincón del comedor.
¬Que no es a ti ¡Si no voy ni a poder ni rezar! He dicho Jesús María y...
¬José: Te he oído. -Insiste José.

El Sr. Manolo intenta concentrarse en la lectura del periódico, pero un aire de pesar le aflora a los ojos, cuando mira a su mujer que entra y sale de la habitación sin ton ni son...
¬Ni me mires, ¿Eh? Que el niño, si se va, es por tu culpa ¡ea!
¬Pero mujer, si es por su bien. Va a poder estudiar una carrera que yo, no hubiera podido ni por soñación...
¬ ¡Pagarle! Ya lo sé. Y por eso le dejas que se vaya y se meta a cura. Tú. El ateo ¡rojillo, malo! Tú, no has querido hijos: ¿Qué te importa a ti, mi sufrimiento?
¬Bueno, hermana: Tranquilízate. No se va a la Conchinchina... Se va a Tiana, ahí al lado...
¬Tú no te metas en lo que no te importa, Joselito, tú no defiendas a tu cuñado. Si él no le hubiera metido más ganas, se le habría pasado esa Quijotada como las otras, y ahora no estaría yo haciéndole la maleta a éste pobrecito inocente hijo mío que no sabe lo que hace: irse a un seminario, donde le van a afeitar el cogote, donde le saldrán callos en las rodillas de tanto rezar y Dios sabe qué otras judiquerías que le harán, sin que su madre pueda defenderlo. Y lo peor es que esos curas se lo llevarán y quién sabe si voy a volver a verlo...
¬ ¡Oye! ¡Oye! – se queja el señor Manuel - Que yo lo único que le dije fue: “ Si tú quieres irte al Seminario, por mí no hay inconveniente”... Pero la idea fué de él... Habría que haber pensado antes, en no dejarlo ir a aquellos ejercicios espirituales con los catequistas...

En un rincón de la mesa camilla, con la cabeza en las nubes, y los pies en el barrote de la silla, Justo, está pensando en el día de mañana. Se levantará, se vestirá con las ropas nuevas que su madre le ha comprado con el dinero que los catequistas le dieron, cogerá la maleta de madera que su madre está ahora llenando de cosas, y se marchará camino de la Conrería. Una nueva vida se le va a abrir mañana. Estudiará para ser sacerdote; él, el vendo de la familia, el granuja rompe cristales. Va a intentar ser bueno, amigo del Señor, Y ¿por qué no? Va a intentar llegar a ser Papa.

La Sra. Fermina no consigue llenar aquella enorme maleta: Las prendas del niño no son tantas; en un papel de estraza le lía un chorizo del pueblo y en una bolsita de papel le mete un puñado de caramelos.

¬-También te he metido unos higos pajareros de los que te gustan. No creo que te falte comida allí, pero todas estos presentes te los pongo, para que te acuerdes de nosotros...

La congoja de la madre se contagia a los presentes. Manolo el hermano mayor, sale chasqueando la lengua, con los hombros caídos, como si se le fuera a hundir encima El techo de la casa:

¬Bueno yo me voy a ver a la Chón... Ya me despediré del curita mañana.
¬ ¡Joye, Joye! Comentó el tío Antonio, ¡si ahora resulta que lo vamos todos a echar de menos al granuja éste!

¬Córtate un dedo de la mano, Antonio...
¬ ¿Y para qué voy a hacer eso?
¬Tú té cortas el que menos falta te haga... Y a ver si no lo echas de menos.
¬-Como dice el refrán: ¡Cada listillo tiene su librillo! Fermina.
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El quinqué se bambolea en su clavo de la viga central del comedor. El Sr. Manuel ha llegado a un acuerdo con José su cuñado respecto a este utensilio: Como José dice que él, no paga la luz porque no está en su lado del comedor, y que si le alumbra de lejos, es por que “es de cajón” infeliz expresión con la que da a entender que la luz le llega de rebote, decide ponerla a equidistancia de las dos mesas, con lo cuál puedo cobrarle la mitad del consumo de carburo a su más que él, tacaño cuñado. Ahora sufre de las consecuencias de este exagerado interés: Sesguea la hoja del periódico, intentando ver la letra menuda, con sus gafas de miope en la punta de la nariz.

Justo en su fuero interno, está más que colmado de tantas atenciones. No andaba lejos de pensar que está haciendo un buen negocio con irse de la barraca. Pero un gusanillo de inquietud, le roe la conciencia, al ver a su madre tan empecinada en decir y repetir que no es cosa buena eso de irse de cura.

Impaciente por acostarse, el tío Antonio reclama su sitio en el banco que le sirve de cama, pero como nadie hace ademán de irse a dormir, opta por acurrucarse junto a su sobrino no sin antes soltar una de sus socarronerías:

¬ ¡Bueno! Dice: Me voy a poner aquí, al lado del Santito éste, a ver si se me pega su repentina santidad. Y esconde la cabeza entre su brazo y la gorrilla de visera que usa. “ ¡Vaya pava!” Tiene aún la fuerza de decir por entre el tapete de la mesa y su brazo protector.

Poco a poco, la vida de la barraca se va apagando: Los que no duermen en el cuarto, cabecean en la mesa camilla, el Señor Manuel ha terminado de leer el periódico, y apura el crucigrama fuerza cuatro que viene en la última página. Y mirando por encima de las gafas hacia la cocinilla, donde Fermina sigue dando suspiros, aviva con una sacudida enérgica la luz del carburo que, mortecina, intenta aclarar su llama a través de la escoria.

¬Venga Fermina, dice con voz opaca, déjalo ya y vayámonos a dormir, que este alma en pena de mi hermano, quiere ya su banco...

Sale Fermina de la cocina secándose los ojos, al tiempo que un plato se hacía añicos en los ladrillos del suelo que ni se volvió a mirar,

¬ ¡Fú! –Se aspavienta el Señor Manuel - Saca sus entumecidas piernas de debajo de la mesa y rengueando sé va para la habitación detrás de su mujer.
¬Buenas noches hermano, le dijo a Antonio desde el umbral.
¬Con Dios hermano.
¬-Con Dios cuñada...

Antes la vida transcurría tranquila, y hasta los embates malevolentes pasaban y no dejaban rastros dolorosos. Los rencores se olvidaban y las bonanzas perduraban sólo el tiempo de ser remplazadas por otros gozos.
Ahora, los rencores se acumulan y no dejan que los gozos los substituyan.
Tendrá que ir al oculista a que le cambie el color del cristal con que mira las cosas. Al mecánico a que le conecte de nuevo el chip de los pensamientos alegres. ¿Tendrá acaso que volver a nacer? ¿Podrá, sin tener que morir antes? ¿Renacer como el ave Fénix, de estas cenizas que me restan de vida?
Y sentirse libre de nuevo; aunque sea ya un viejo, aunque no le haga falta esa felicidad, para terminar de vivir. Viajar cuando le apetezca, aunque sea solo. Comprarse esas menudencias que no necesita, que le hubiera hecho tanto placer comprar antes. Un ordenador nuevo y todos los cacharros que se le puedan enchufar aunque no sepa servirse de ellos. Cambiar de coche y escoger el modelo Mercedes que en realidad le gusta. Irse a vivir, a Alconchel, a la casa de su abuela Juana, donde nació. En la habitación de delante, la que tenía bigas retorcidas en el techo y que ahora no las tiene. O quizás a Alcudia, a una casa desde donde se viese el cabo Formentor y toda la costa de la isla. O a Sevilla, en una de esas plazuelas que ve a veces en la televisión y que invitan a sentarse y escuchar el murmullo de la vida. Se conformaría con un estudio en las rocas del puerto de Blanes, lejos de estos salvajes turistas alemanes, holandeses.
Pero haga lo que haga, tendrá que hacerlo solo. Ya ha tomado la decisión así como tres o cuatro veces. Luego se arrepiente, no sabe ve vivir en solitario, sin su Carmen.
Ahora, el relato al que quería llegar:
Justo y familia o Carmen y Justo solos, han viajado muchas veces a ver a la familia de Carmen y un poco menos a ver a la familia de Justo. El primer supuesto, se mantuvo el tiempo que vivió Mamá Amparo, la madre de Carmen. Regularmente, iban a buscarla en donde estuviera y se la traían al camping “la tortuga ligera” de Casteldefels donde fueron a veranear varios años, a la torre del Más Mora, donde se construyeron un chalet, que los catalanes llaman torre, y luego de pasar el mes con ellos, o se la traen a Lyon, o la llevan a casa del hijo que ella quiera visitar.
¬ “Ante de morilme, - decía entonces – mi mayol deseo es de ve a mi hijo tal o cual, que jase muncho tiempo que no veo”…Y seguía con su tercer o cuarto rosario: “El señor es contigo, y bendito el fruto de tu vientre, ¡Jesús!” Mamá Amparo se pasa las noches, y parte del día rezando a los santos y a la Virgen. Debe ser por eso que le va tan bien a todos sus hijos. No a ella. Que “No se debe pedil pol una misma, que es pecado de avarisia” – Decía - Como si pedir para sí, fuese querer acaparar las hipotéticas dádivas, de los no menos hipotéticos dadores.
Mamá A, se quedó hemipléjica una de las veces que vino a Lyon por aquello que decía, de que: “Antes de morilme, etc.” Vio a su hija Carmen, vio a sus nietecitas, - sobre todo a su preferida Amparito – y se aplico a ayudar a su hija en las tareas de la casa y en irle a por la compra a una tiendecita donde entendían el castellano y la variante que ella empleaba.
Mamá, si quiere usted – dice Carmela – podría irme a por leche y azúcar a casa de Berthet, mientras yo pongo la lavadora que me ha comprado Justo y que como es automática, usted no va a saber.
¬ “Pero si no sé, pueo lavarte esa ropa en la fregaera del balcón.”
¬ No mamá, que hace mucho frío y se va usted a poner mala.
La pobre vieja, siempre al acecho de ser útil, acepta de ir a comprar. A su regreso, se mete en la cama, quejándose de que le ha dado un soplo y que le duele la sien.
¬ Acuéstese usted un poquito, hasta la hora de comer, que ya verá como se le pasa. Eso es el frío.
¬ “Pero las habichuelas que tengo en el fuego ¿Las vigilas tú? Bueno sí. Me voy a echar un poquito hasta que vengan las niñas de la escuela.”
Las niñas vinieron, comieron y se fueron otra vez a la escuela con la vecina, que aceptó de remplazar a la abuela. La abuela seguía durmiendo. Carmen fue varias veces a ver qué tal, pero la encontraba siempre durmiendo. Se da cuenta al fin de que su madre tiene un poco la boca torcida y que un hilo de saliva le chorrea hasta la almohada:
¬ Mamá, Mamá, despiértese ya… ¿Se encuentra bien?
¬ Yo sí, hija: Ya me levanto – Pero como le notó el habla algo pastosa, rectificó:
¬ No, no, estese ahí que le voy a traer algo caliente.
Pero Mamá Amparo, aprovecha que la hija sale del cuarto para intentar levantarse y cae entre las dos camas: Una pierna no le responde. Carmen llama al doctor Martín y el buen galeno dictamina:
¬ Estos, son síntomas evidentes de una ruptura, de un coágulo o rotura de una vena en el cerebro. Hay que llevarla rápidamente al hospital.
¬ ¡Ay, Dios mío! Que debe ser muy grave, doctor. ¿Se va a morir mi mamá?
¬ No creo. Pero si le repite antes que vean en el hospital cómo resorber el coagulo, se puede quedar paralizada.
¬ ¿Más que está? Si no le responde una pierna, a más de la boca torcida…
¬ El brazo izquierdo. ¿Se ha fija que no lo mueve?
¬ Pero mi marido no vendrá hasta las seis, ¿Podemos esperar a que venga? El sabe bien hablar el francés…
¬ El coágulo puede en horas taponarle completamente la alimentación en sangre de una parte del cerebro. Pero supongamos que la causa haya sido el excesivo frío. Me ha dicho que la mandó a un recado… Y cuando volvió, se encamó con dolor de cabeza. ¿Fue así? Puede ser un concurso de circunstancias, y si es cierto que es un aneurisma, como le ha venido se le irá… Pero yo pienso que esos síntomas ya los lleva arrastrando un cierto tiempo; es mejor que la chequeen, antes que se le pueda resorber. Y si no se le resuelve, es prudente que esté en el hospital, donde pueden limitar o reducir el traumatismo craneal.
¬ ¿A qué hospital tenemos que llevarla?
¬ Al hospital neurológico; pero no tienen que llevarla ustedes. Voy a casa, y telefonearé, para que le manden una ambulancia.
Así paso. Y así hizo Carmen, que se fue en la ambulancia con su madre y dejó a Madame Cohen encargada de las niñas. Justo se entera por esta vecina de lo que ha sucedido, cuando vuelve del trabajo. Sin pararse, ni a comer, sale disparado hacia el hospital, que está al otro lado de Lyon, más allá de Oullins, antes de llegar a Pierre Benite.
Cuando aparece en la habitación, Mamá Amparo, no se fija en nadie de los que están presente, ni otros que llegan. Incluso su hijo. Sólo ve a Justo y lo recibe como si él milagrosamente la pudiese sanar:
¬ ¡Ay, hijo mío! A ti quería yo vel. Tú me vas a sacá de aquí.
¬ Ne se apure, Mamá Amparo, que ya me encargo yo de todo.
¬ Mira, me han trabao lo brazo y no me pueo movel.
¬ Yo la desato, pero prométame que no va a querer bajarse de la cama.
¬ Sí hijo. Yo no me bajaré si tú lo dices. Desátame.
Como Justo empieza a desabrochar las ataduras, Carmen le previene:
¬ No, no la desates, que se baja, que la hemos tenido que sujetar hasta que el médico
¬ Sí la desato. ¿No veis lo agitada que está? Me ha prometido y no se moverá de la cama.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Hola Justo, soy ciudadano de Sevilla y he vivido en Barcelona. Yo estoy enparentado con ese pueblo, mis abuelos eran Marcos Martinez Tinoco y Castora hernandez gomez. Mi madre Sofia Martinez Hernandez, me gusta mucho ese pueblo y sus gentes. Allí estan enterrados mis abuelos, y ademas tengo mas familia,. Saludos