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ALCONCHEL: III Carlota Adolfo, y los señores del pueblo....

II. Adolfo y Carlota. Adolfo se despierta chasqueando la lengua.
¬ ¡Vaya, vaya! ¡Esta muela me está dando la lata otra vez!
¬Ve a ver a D. José María le resp6 ¿Para qué hacer, el boticario?
¬. Que te.. dé algo para el dolor, ¿No?
¬ ¡Veràs tú, si mañana me sigue doliendo! Con la navaja me la saco yo.
¬ ¡Jesús qué hombre más bruto! Si te la tienes que sacar, ve a ver a tu primo “El Tijeras” que lo hace muy bién.
¬ ¿Quién? ¿Ese afeita cafres? ¡Ni puñetera falta que me hace! Y además no es mi primo: Dionisio es primo de mi primo Domingo, ¡ea!
¬Si es primo de tu primo...
¬Es medio marica. No quiero tener primos de esos, ¡Coño!
¬No hables así, Adolfo. Tú antes de ir a Cuba, no decías palabrotas...
¬Pero de Cuba me vine con los dientes hechos agua, y la pierna ésta que me hirieron que no me deja trabajar agusto. Imagínate, segar agachándome como las mujeres, en vez de plantar la rodilla. Si lo hiciera alguien tendría que venir a levantarme. ¡Lo que me faltaba! Me dirían que me volviera a casa, cubano o no cubano, que el trabajo no está esperándome a mí.
¬.. Espera, “jomio”, que tengo un poco de café. Te lo caliento enseguida...
Adolfo sale al patio trasero y en una palangana empieza a lavarse. Carlota su mujer, se activa con la cafetera, la pone con agua en el rescoldo de la lumbre a mismo el suelo, y espera a que rompa a hervir Adolfo se está secando y de soslayo mira hacia la cuadra: en el pesebre queda un poco de paja; pero el lugar de las bestias está vacío. Cuando se fué a Cuba, su padre tuvo que vender la burra que les quedaba.. Carlota ve el agua que rompe a hervir, y echa un puñado de café. Con un tizón, lo remueve mientras el líquido borbotea.
¬ ¡El café! Grita desde la cocina.
¬Pero. ¿qué haces ahora, Carlota? ¿Qué manera es ésa de hacer el café?
¬Es un truco que me han dicho para no gastar tánto... Toma, verás que bueno está así.
Le tiende un tazón de barro rojizo humente. Adolfo tarda en decir si es bueno o malo el café así requemado. Carlota espectante le observa de reojo mientras atiza los troncos de la lumbre para reavivarla.
 Parece que el día sale de sol ¿No? Comenta con Carlota que sigue esperando que le diga qué tal le pareció el invento del café con brasa..
 Pues no sé que decirte: Cuando vea salir el Sol, podré opinar... De noche todos los gatos son pardos.....
¬ ¡Pués sí! Está bueno.
¬ ¿quién? ¿El Sol?
¬No: tu café quemado. Parece que es más fuerte... Y el aroma me recuerda el que hacíamos con los granos más tostados en Cuba.
En la plaza del Terrero, los jornaleros empiezan a apiñarse. El murmullo de las conversaciones les llega hasta la casa de Adolfo y Carlota.
 Bueno, mujer, me voy para allá. Ya debe haber una docena de hombres o más: Tampoco es cuestión de llegar el primero, que no voy a mendigar un jornal; pero llegar de los últimos, parece que suena a holgazán que no se llega a levantar...
¬Con Dios hombre. Y no te preocupes, ni cojas lo que otros desprecien: sino te conviene, te vuelves para casa, y nos vamos al huerto de tu primo Domingo.
Al lado de la escuela, frente al molino de aceite, en la misma calle donde vivía Doña Rocío la comadrona y Amancio el panadero, vive otra familia, pobre, Les llamarán màs tarde, “Los Panduros”.
Carlota Panduro, no había salido nunca del pueblo. No había oido hablar de otros lugares, Cuba aparte, que en Cuba estaba Adolfo. Creía en el Demonio,- ave Maria purísima- rezaba a todas horas, y si veía una mariposa negra se persignaba y cruzaba los dedos. Con eso de tocar el acordillón, no se perdía una boda ni un bautizo. Y en todas las fiesta era bién recibida por sus Acertijos, sus cuchifletas, y su música. Algo dijo en uno de esos festejos referente al pan que estaba duro que hizo tal gracia, que los convives empezaron a decir:“La del pan duro”. “La que dijo que el pan estaba duro” “la Carlota pan duro, la Carlota “Panduro” y con el mote de “Panduro” se quedó.
Carlota y Adolfo, se casaron, y los padres de él, les regalaron una casucha que estaba en ruina en la calle Ramón y Cajal, que como pudieron y supieron arreglaron. En élla ya instalados, se pusieron con ardor a tener hijos: Manuel, Antonio, Consuelo y Justo.
Cuando en la guerra civil, (muchos años después) les mataron uno de sus hijos, en el monumento a los caidos pusieron: Fulanito de tal y tal Menganito de cual y cual, Justo Hernández “Panduro” Caidos por Dios y Por España. Y cuando Antonio Rodríguez, marido de Consuelito, y cuñado del caido fué a reclamar y pedir cuentas por el insulto, le dijeron que era demasiado tarde, que no se podía cambiar el bloque de marmol.
Que el bloque y los nombres grabados en él, buenas perras le había costado al Ayuntamiento, y que al fin y al cabo, todo el pueblo sabía por el apodo quién era quién, y que González caídos por Dios y por España, había muchos en el pueblo; pero Panduro sólo él. Pero que en cuanto pudieran, le añadirían una hermosa poesía de Miguel Hernández, y no de cualquier otro, en deferencia a que se llamaba como éllos.
Con el tiempo, Manuel de los “Panduros” y Fermina de los “Pequeños” como primos que éran se vieron y algo más que una corriente de parentesco paso entre ellos. Manuel no sabía cómo acercarse a aquella prima tan bonita y tan tontorrona que sólo tenía trece años. Pero la ocasión se la puso el Sr Domingo en bandeja el día que le dijo a Adolfo:
¬Oye, Primo Adolfo. ¿por qué no viene tu hijo Manuel que tánto sabe, y enseña a mi moza a escribir y leer?
 Hombre, por mí... le contestó Adolfo;

Pero Manuel se le adelantó y se ofreció a lo que fuera menester, comprendiendo que así podría acercarse a la moza facilmente. La niña no pensaba más que en aprender lectura y escritura, pero el mozo, también la enseño a querer, y con el tiempo se casaron: Los “Panduros” chicos y “Pequeños” por parte de madre, se fueron a vivir a la casa de Domingo que era más grande, donde ocuparon la habitación de enfrente a la izquierda.
De cuya, habitación los cuñados, Francisco, Manolo y José, tuvieron que salir para acomodarse en el cuarto despensa que daba a la cocina, cosa que no les desagradó del todo por ser primo segundo el reciente marido de la hermana, y por estar en aquella habitación el arcón de la chacina, dónde en sal, guardaba Juana, los restos de la matanza del año.
Poco tiempo pasaron, felices, los protagonistas de esta historia. El rey don Alfonso XIII no supo plantar cara a los Republicanos, y una noche de I931 fué destronado. Así, lo que su padre Alfonso XII el pacificador consiguió terminar, como en saco viejo, por otro girón volvió a resurgir:
De Alfonso XIII a un gobierno sin monarca, y de la Republica a Franco, que I936 acaudilló la rebelión, y asumió la jefatura del nuevo gobierno nacionalsindicalista.
“ Soñaba el ciego que veía, y soñaba lo que quería”. Dice el refrán. Soñaban las sencillas gentes de aquellos pueblos recónditos, que el rey no les procuraba nada bueno; tampoco se lo dió la República, ni Franco con su tal gobierno: Claro que siempre hay otro refrán que da razón a tanto desaguisado: Del decir al hacer mucho trecho hay. O del dicho al hecho, trecho
Y una cosa sí que está clara: Que es imposible contentar a 30 millones de Reyes, como decía Unamuno. No que los de Alconchel pretendieran ser reyes ni mucho menos. Pero mejorar su triste condición aúnque fuese de poco, sí que hubieran querido, fuesen gobernados por reyes repúblicas o“Caudillos” con un zurrón de panes de a kilo a cuestas! Peor, algunos sí que mejoraron. Y de pronto se volvieron Nacionalistas: “A tuerto o derecho, que Dios ayude a los nuestros” ¿Eh? “Y que Dios ayude a los malos cuando sean más que los buenos.

III Carlota Adolfo, y los señores del pueblo.

Hoy el Pueblo está como dormido. El sol a estado pegando desde las nueve de la mañana En la Corredera, en la Plaza del Reloj, en la esquina de la calle Clavellinas y sigue bajando por las estrechas callejas de los Canónigos y de los Cochinos. Las puertas adornadas de relucientes clavos, pavonados o de cobre, según la riqueza de los que en las casas viven, se abrieron dejándolo entrar a raudales por los pasillos, enjabelgados, repletos de macetas alineadas, y las verjas de hierros forjados relucen con los rayos que reflejan los cobres y porcelanas colgados de las paredes y puestos como en exposición a los lados.

Los jornaleros se fueron con sus respectivos amos del día. En el campo los trigales todavía verdean. Las espigas siguen erguidas apuntando sus ejes hacia el sol, sin inclinarse. Un vientecillo las cimbrea y suenan rasposas como frotar de papel. Los hombres se afanan entre los trigales, limpiando de hierbajos las veredas, entresacando alguna amapola que tanto aprecian de esconderse entre los tallos del trigo.
En un cubo con un fondo de agua, los peones vienen a depositar los espárragos verde-oscuro de corto tallo y cabezuela morada que van recogiendo de entre las malas hierbas. Un arriero pasa con sus burros cargados de cántaros y botijos de barro. Al cruzar por lo que será la futura finca del tío Antonio Rodriguez, - Río se llamará el cortijo,- se detiene junto al pozo, y con la funda de la petaca saca agua del cubo y bebe pasimoniosamente mientras las dos yeguas acarician con sus labios la superficie del abrevadero. Los hombres se han echado el sombrero a la espalda y aprobechan estos primeros rayos de sol que todavía no les queman. En el pueblo, empiezan a oirse ruidos de cacerolas y arrastrar de trastos en las casas. El Reloj deja sonar las doce, sin que una sola vecina se asome a la calle. En el casino, los señorones comentan el día que hace:
 Este aaño, el verano se ha cocomido la primavera, dice Don José Mª el boticario. Nos vavamos a asar todos...
 Y que lo diga, don José. Comenta don Eladio García De la Llave, que sofoca.
 Para mí que adelanta... Está diciendo Angel Sánchez el encargado de la fábrica de harina mientras comprueba con su reloj de bolsillo. “De trés buenos minutos!” Añade.

Y es que Don Angel participó en su tiempo con su modesto óbolo a la construcción de la torre y en la adquisición del reloj de la Plaza de las Clavellinas, actual Plaza de los Caidos, y cualquier ocasión le es buena para recordarlo. A la larga, con el tiempo, la gente del pueblo acabaron por decir que el reloj lo pagó todo él.
 ¿Qué importan unos minutos más o menos, Don Angel? Le responde cansino D. Jesús el cura: “Carpe diem” hombre. ¡Deje el reloj y aprobeche este sol que no le cuesta ni un duro.

Carlota “Panduro” De cuclillas en el pequeño patio de su humilde vivienda, termina de lavar los cuatro cachivaches, mezclando un poco de barro arcilloso y arena que va a buscar al Lejío y los enjuaga con el agua salitre del moribundo pozo. La higuera que plantó el padre de Adolfo cuando les dió la casa, se ha llenado por primera vez de brotes verdi rojos que anuncian los futuros higos negros tan sabrosos. El brote se lo habia preparado su primo Domingo que lo cortó de su famosa higuera “del Rey”. Carlota se pasó un rato haciendo mimos a aquella bonita higuera que ya estaba llena de promesas:

 Bonita... Bonita.... Este año me darás higos muy dulces... Porque te voy a regar con agua buena de la fuente la plata... Luego, como no veía volver a Adolfo, coligió que había encontrado jornal y envolviéndose en su mantilla salió dejando la puerta con sólo la aldaba:
“ Iré a “Ca Amancio” a por un pan fiado.”

Para ir a esa panadería tenía que pasar delante de la de “Rabogordo” al que en su tiempo había dado sonadas calabazas, prefiriendo al pobre Adolfo. No quería verlo sonreir de sus actuales necesidades. No quería rebajarse a pedirle algo que no podría pagar hasta que su Adolfo le trajera el jornal.. Así que prefirió dar un rodeo por la calleja los Cerdos, a tencias de encontrarse de bruces con un demonio o algún duende de los que decían habitaban en esa calleja. Carlota sentía miedo en pleno día, y se volvía con frecuencia sintiendo unas supuestas miradas en la nuca.. Cuando llegó a la altura de la callejuela del cine, miró una última vez por detrás de la espalda, tocó la piedra angular de la casa de los Herrera, y salió airosa de haber vencido el miedo, a la calle Corredera.
La madre de Carlota Herrera, estaba en la puerta del comercio de ultramarinos que su hija había puesto en ésa calle, enfrente del bodegón, futuro cine del pueblo:
 Carlotita, hija, ¿a dónde vas con esas prisas? ¿Vas a pasar sin saludar a tu tocaya?
 ¡Señora Vicenta! ¡No la había visto! ¡Fíjese Vd.! Con este sol de frente....
 ¡Anda ¡Anda! Ve a ver al patio que allí está tu amiga regando los geranios que los va a ahogar con este calor que hace...
 Con su permiso. Y Carlota, haciendo una graciosa reverencia, pasó a la tienda, y de la tienda por el largo corredor, al patio trasero.
 ¡Carlota! Que soy yo, tu tocaya...
 Aquí. Pasa al huerto... Es raro verte tan temprano.
 He aprobechado que Adolfo se ha ido a echar un jornal... Pero vengo de por el pan.
 ¿De la panadería de tu pretendiente?
 No mujer, no te rias de mí que ya sabes que no voy a ésa...
 Pues yo sé de buena fuente, que él te fiaría y hasta te daría...
 ¡Jesús, no sigas! Que se entera mi marido y tira el pan: Ave María Purísima.
 ¿Cómo lo has pagado, ese pan?
 Ya te he dicho que Adolfo está trabajando...
 Ya. Y ¿qué vas a hacer de comer, Si se puede saber?
 Ya me lo pensaré... A Adolfo le gusta todo... Quizás le haga unos garbanzos con tocino añejo, o unos pajarillos asados, si pasa el que los vende...
 Sí, sí: ¡Y unos nitos fritos! ¿Cómo pagarás todo eso? Espérame aquí.
Carlota Herrera se mete en la despensa y cuándo vuelve le trae a Carlota Panduro un paquete en la faltriquera.
 Si yo ya no quería pasar por éso. Se defendió blandamente, Carlota Panduro rehuyendo de coger el bulto.
 Anda y no seas tonta, que yo te lo apunto luego, y tú lo pagarás otro día, cuando estés más desahogada; que “pa” eso somos amigas... Y que no te vea mi madre ¿eh?
Y Carlota feliz, se fué pensando en los garbanzos con tocino que le iba a hacer a su marido, para la cena...