Si los duendes pudiéramos estar empadronados y tuvieran derecho al voto en algún sitio de los que hoy se va a ir a las urnas, yo, duendín perverso e insultador con mis orejas picudas y mis harapos de colorines de los que recuelgan cascabelinos, seguramente votaría que Sí. Aunque no sea vinculante; porque la consulta de verdad será al año que viene, cuando se le pregunte a los nacionalistas españoles y a los otros y a los catalanes y a los españoles que viven en Catalunya, que cómo creen ellos que se debe desatrancar la cosa en cuestión.
Votaría que Sí, por varios motivos:
Uno sería, mayormente, sólo por tocar los güevos a esos nacionalistas españoles que, por lo que se ve, llevan los ojos en una bandeja de hojalata o de plata; como dicen que los llevaba la Santa Lucía después de arrancárselos porque le desagradaba su extremada hermosura quienes, junto a esos altavoces de la hecatombe permanente, no cesan en su eterna letanía y, a los que al parecer, nadie en España, les dice que dejen de cacarear tanto y se pongan manos a la obra.
Otra, sería porque creo que es mejor que la gente vaya tranquilamente a las urnas y se olviden de las escopetas y de la dinamita prensada y moldeada.
Otra más, para que algunos se enteren de una vez, que no me gusta que me digan lo que es bueno o malo, de lo que debo pensar y de lo que no, de lo que tengo que hacer y de lo que tengo prohibido hacer y cómo tengo que hablar y cuándo tengo que callarme. Por poner sólo algunos ejemplos.
Parece claro que las setecientas mil personas que hoy van a ir y, posiblemente voten que Sí, son mayoritariamente gente que están hartas que las ninguneen, que les saqueen las faldriqueras y luego les digan que son avaros o tontos de capirote. Que están cansadas de que hagan como si no las viesen, como si no existieran. Que sólo cuentan con ellas para que produzcan o cooperen para mayor gloria y grandeza de una parte sólo de España. Cosas todas, que al final cansa una jartá hasta al mismísimo Job.
Los que no somos nacionalistas ni español ni catalán, ni vasco ni gallego; los que somos españoles a secas, tanto si somos vascos, gallegos o extremeños y que cumplimos las reglas del juego, como hacen tantos catalanes independientemente de su origen por razón de nacimiento, comprendemos su cabreo y nos cabrea, esa otra visión del catalán roñoso que van expandiendo por la España Imperial quienes están más interesados en mantener sus privilegios que en solventar las cuestiones que desde siglos ya, permanecen encalladas. Actitud mental y de facto, que está impidiendo no ya sólo el encaje de los integrantes de estas tierras como parte del territorio nacional común, sino, que está frenando el desarrollo armónico y el progreso de toda la sociedad del Estado Español con su anquilosada y ñoña percepción de la realidad.
Bien es verdad, que todos los nacionalismos se aprovecha para subsistir de la emociones, pulsiones o sentimientos de pertenencia a un determinado grupo étnico, tribu o aldea, pero no deberíamos caer en semejantes trampas saduceas a estas alturas del siglo XXI, en que todo está vinculado entre sí y todos tenemos algo que aportar y ganar y, toda esa energía gastada en el insulto y el menosprecio, quizá se debería canalizar para conseguir una España menos inquisitorial y más comprensiva.
Espejismos.
Salud.
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