De siempre he oído decir a mis mayores y a los que no eran míos, que uno de los defectos que más daño nos hace a los españolitos seamos de a píe o de alta alcurnia y de baja cama, es la envidia. La envidia es un sentimiento que nos corroe por dentro como si fuera ácido sulfúrico hasta despojarnos totalmente de
otros más humanos. ¡Cuántos crímenes horrendo se han cometido a lo largo de los siglos, cuya única motivación era una envidia crónica enquistada en el subconsciente profundo del asesino! Es una enfermedad grave que debe ser bien controlada por gente experta para evitar males mayores o que degenere en impulsos destructores de los semejantes.
Otro vicio que a la vez es también un deporte muy español, es el insulto, el insulto es una práctica deportiva a nivel “supracomunitario” dentro de esta Nación de Naciones. Esto de insultar también viene de muy lejos y creo que tienen mucho que ver con nuestro otro vicio nacional, la envidia, pues, el envidioso o envidiosa, no desaprovechará por mínima que sea, cualquier oportunidad que tenga de vituperar y aguijonear sin piedad al ser al que haya hecho objeto de su envidia porque, en el sufrimiento de este, reside su máximo placer.
El fútbol también es un deporte muy practicado, pero menos, en el, todavía hay algunos practicantes del insulto, sobre todo dirigido a los jueces pero a quien más, a los jugadores de los equipos contrarios, así, podemos oírles decir de él o ellos desde “mariconcete a pisacharcos pasando por tuercebotas”, cuando no palabronas tan feas y malsonantes que a uno, sin ser precisamente un puritano, le rechinan los oídos.
Es paradójico, que cerebros en apariencia sanos e, incluso que pasan ante los ojos del vulgo de su entorno como mentes bien amuebladas, en apenas una fracción de segundos se alinean del bando del o de los energúmenos de turno y, poniéndose a su par en lo que a berreantes becerradas se refiere, justifican sus injustificables acciones y toleran cuando no ensalzan, sus denigrantes para quienes van dirigidas, exclamaciones soeces, quedando así encuadrados todos en la facción de los trogolditas, por muchas sedas con las que luego quiera adornarse.
No resulta raro ver y oír a un grupo de honrados o menos honrados padres de familia, formando coro ocasionalmente para berrear todos a una y tan perfectamente sincronizados que, más parecen el Orfeón Donostierra eso de, Buta Buta Baaaarça, Buta Buta. Por ejemplo.
O, habiéndole cogido ojeriza a un jugador o a algún espectador o a lo que sea, formalizar por arte de birlibirloque o encantamiento, un equipo detractor que, si no fuera por el catalizador de la envidia u odio común de todos ellos hacia alguien quizás infinitamente superior como ser humano, o, técnica y culturalmente, jamás se daría en la vida cotidiana pues, los corifeos, suelen ser gente dispar.
Es cierto que “la masa”, guiada por la pasión, es difícil de encauzar pero, se encauza si le tocas en los resortes emocionales que le sirven de motor. Ahora bien, ¿qué podemos decir del ser individual que, solo, tranquilo y confortable en su propio domicilio o, en envuelto por la calidez que proporciona el aire acondicionado de un despacho dotado con un micrófono, se dedica a segarle la hierba bajo los píes a todo bicho viviente cuya línea de pensamiento no vaya en paralelo con la suya? ¡Y de aquellos que charlan amenamente de lo terreno y lo divino aspirando el olorcito de un café recién hecho mientras despellejan vivo a cualquier ausente? En estos casos no veo la enfervorizada pasión inyectada por la “masa” sino, una premeditada alevosía encaminada a hacer el mayor daño posible que, si va dirigida a una persona con padre y madre e hijos, alcanza la cota máxima de perversión pues, no es lo mismo, que cuando estas puyas o difamaciones, se dirigen a sociedades o instituciones ya que, en ese caso, forman parte de la feroz lucha por el poder que entre ellas mantienen desde el principio de los tiempos aunque, como es de suponer, todo tiene un límite, unas reglas que que no se deben sobrepasar.
Salud.
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