Hoy, una vez pasada la vorágine verbenera, cuando ya ha pasado una decena o casi de días del nuevo ciclo terráqueo, me gustaría mocita que pidieras perdón a todos los cárnicos del almendral, amargos o dulces, por los tremendos disparates que has cometido a lo largo de tu presidencia en la Fuente del Concejo. Si tu lo haces, yo me sumo. Y lo haría gustosamente en la esperanza de que más gente lo hiciera, verbigracia:
Quienes te cortaron el pescuezo.
Quienes abusando de los desvalidos se aprovecharon de su desgracia para explotarlos como si fuesen animales de tiro o carga a cambio de un poco de comida.
Los que llevados de su desconocimiento, frustración o rabia ante abusos sempiternos arremetieron contra unos símbolos que en definitiva sólo eran objetos inanimados, de más o menos valor intrínseco, arrastrándolos por el suelo o incluso dándole fuego.
Los que diciendo ser mansos corderos de un dios misericordioso los asesinaron y enterraron en cualquier paraje sólo por ellos conocidos, o ni siquiera eso, los dejaron allí para que las aves carroñeras limpiaran de carne sus huesos.
Aquellos que cobijaron bajo palio a unos seres que se empeñaron con un ardor indigno, durante tanto tiempo, en exterminar a los que no veían el mundo como ellos.
Aquellos empecinados que, a sabiendas de todo, aún siguen exigiendo que sean los otros quienes deben pedir perdón.
Los que bombardearon Gernika o Durango. Los exterminadores de judíos. Los que no quieren dejar un palestino vivo. Los invasores, exterminadores y expoliadores de Irak y de África. Banqueros, elucubradores y demás. La Justicia con sus injusticias y los que matan a quienes prometieron amar y proteger.
Y no sigo pero hay mucho más.
No lo veas como un arrebato de humildad, que no lo es porque no entiendo a quienes tienen la desfachatez de hacer lo que no se debe hacer y luego, pidiendo perdón, se lavan las manos y tan campantes, no, aunque esté muy de moda eso de que los sinvergüenza de turno, acusados y convictos de fraudes de toda índole, se dejen ver por locales de ocio y por la teletonta firmado autógrafos. Ellos, que han arruinado a tanta gente y siguen circulando impertérritos con sus aviones privados. Ellos, que habiendo sido elegidos para un cargo (arteramente lo más probable) en el que nadie los quiere, no levantan el culo de un sillón al que les ha costado tanto subirse.
Para pedir perdón como debe ser, podemos empezar por hacernos las siguientes reflexiones:
Practicar lo que queramos decir hasta sentirnos realmente cómodos.
Indicar claramente el porqué del pedido.
Reconocer lo que hayamos hecho mal sin interponer excusas.
Compartir sensaciones sobre lo que pasó, evitando culpar a otros o exagerar.
Escuchar las respuestas sin defenderse.
Ofrecer alguna compensación, si procede.
Pensar que la disculpa es un acto para afianzar una relación, más que una debilidad.
Y ahora te dejo, que me voy a tomar unos vinos a la taberna más cercana que encuentre; del que a mi me gusta, no sea que algún entendido quiera darme algún consejillo. ¡Uf! Perdona.
Salud.
Quienes te cortaron el pescuezo.
Quienes abusando de los desvalidos se aprovecharon de su desgracia para explotarlos como si fuesen animales de tiro o carga a cambio de un poco de comida.
Los que llevados de su desconocimiento, frustración o rabia ante abusos sempiternos arremetieron contra unos símbolos que en definitiva sólo eran objetos inanimados, de más o menos valor intrínseco, arrastrándolos por el suelo o incluso dándole fuego.
Los que diciendo ser mansos corderos de un dios misericordioso los asesinaron y enterraron en cualquier paraje sólo por ellos conocidos, o ni siquiera eso, los dejaron allí para que las aves carroñeras limpiaran de carne sus huesos.
Aquellos que cobijaron bajo palio a unos seres que se empeñaron con un ardor indigno, durante tanto tiempo, en exterminar a los que no veían el mundo como ellos.
Aquellos empecinados que, a sabiendas de todo, aún siguen exigiendo que sean los otros quienes deben pedir perdón.
Los que bombardearon Gernika o Durango. Los exterminadores de judíos. Los que no quieren dejar un palestino vivo. Los invasores, exterminadores y expoliadores de Irak y de África. Banqueros, elucubradores y demás. La Justicia con sus injusticias y los que matan a quienes prometieron amar y proteger.
Y no sigo pero hay mucho más.
No lo veas como un arrebato de humildad, que no lo es porque no entiendo a quienes tienen la desfachatez de hacer lo que no se debe hacer y luego, pidiendo perdón, se lavan las manos y tan campantes, no, aunque esté muy de moda eso de que los sinvergüenza de turno, acusados y convictos de fraudes de toda índole, se dejen ver por locales de ocio y por la teletonta firmado autógrafos. Ellos, que han arruinado a tanta gente y siguen circulando impertérritos con sus aviones privados. Ellos, que habiendo sido elegidos para un cargo (arteramente lo más probable) en el que nadie los quiere, no levantan el culo de un sillón al que les ha costado tanto subirse.
Para pedir perdón como debe ser, podemos empezar por hacernos las siguientes reflexiones:
Practicar lo que queramos decir hasta sentirnos realmente cómodos.
Indicar claramente el porqué del pedido.
Reconocer lo que hayamos hecho mal sin interponer excusas.
Compartir sensaciones sobre lo que pasó, evitando culpar a otros o exagerar.
Escuchar las respuestas sin defenderse.
Ofrecer alguna compensación, si procede.
Pensar que la disculpa es un acto para afianzar una relación, más que una debilidad.
Y ahora te dejo, que me voy a tomar unos vinos a la taberna más cercana que encuentre; del que a mi me gusta, no sea que algún entendido quiera darme algún consejillo. ¡Uf! Perdona.
Salud.