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Conocí, allá por finales de los años sesenta “Al Máquina”. En un pueblo cercano a Barcelona, en la Comarca del Baix Llobregat. Le decían así, porque por entonces trabajaba en un cine local de maquinista en la cabina. Ya sabes mocita, colocando los rollos de las películas, empalmando la cinta cuando se rompía y eso...
Pegando la hebra, resultó que éramos paisanos, él, de un pueblo cacereño famoso en la comarca donde está enclavado porque, entre otros muchos hechos notables que allí han pasado con el devenir de los tiempos, tenía un puente sobre el río Tajo, donde tenían que acoquinar el obligatorio puentazgo, quienes quisieran cruzarlo con rebaños, caballerías o cualquier otra mercadería, todo el que no quisiere mojarse el culo y que hoy, conserva como oro en paño, uno, sino el más bonito teatro o.., como se decía antes y así se le sigue llamando allí, Corral de Comedias, que yo he visto hasta ahora.
Buen conversador y bebedor de zumo de uva y otras delicias de la tierra, provisto de muchas vivencias, nos enredábamos dale que te pego hasta que agotábamos las escasas provisiones de las que entonces disponíamos. A veces recitaba poesías, unas suyas y otras no, pues es amante del género, pero hoy me ha dado una manuscrita, firmada y rubricada por él, que se titula: ¡VIVE Y RECUERDA!, para que haga con ella lo que me de la gana y, como lo que me da la gana ahora es ponerla aquí para que tú la leas, pues eso, ahí está.

Era una casa, una finca,
de la campiña extremeña,
era un viejo con su silla
siempre sentado a la puerta.

Nunca me contaba cuentos,
siempre libros me leía;
libros viejos, libros nuevos
y muchos cientos de poesías:
Y siempre que me marchaba
con seriedad me decía....,

¡VIVE Y RECUERDA!

¡ASESINARON MIS SUEÑOS
CUANDO A SOÑAR COMENZABA!

Buscando nidos jugaba
un día de los de primavera;
uno de los del mes de mayo,
parecía un día cualquiera.

Entre romero y encinas,
entre almendros y chumberas
una casa campesina,
un viejo junto a la puerta.

Llegó la guardia civil
junto con otra pareja,
dos falangista de azul;
los dos con pistola al cinto,
los dos con camisa nueva.

Y golpearon al viejo
hasta romperle las piernas,
le macharon el pecho,
le aplastaron la cabeza.

Y yo, mientras, lo miraba;
metido entre las chumberas,
mi boca desencajada,
ni respiraba siquiera.

La boca del pobre viejo
vomitaba sangre envuelta
mientras mi orín empapaba
mis dos temblorosas piernas.

Y fue en aquellos momentos,
fue entonces que me di cuenta;
aquel viejo no gritaba,
ni gemía, ni rogaba.

Aquellos cuatro cuatro asesinos,
como perros con la rabia,
ante el silencio del viejo
más fuerte le golpeaban.

El cuerpo del pobre viejo,
su masa sanguinolenta,
con dos estremecimientos
expiró sobre la tierra.

Con él, murieron mis sueños,
allí descubrí las fieras,
asesinos de uniforme,
criminales con bandera.

Un hoyo en la tierra blanda
y buscaron unas piedras
y lo tiraron al hoyo
y lo taparon con tierra.

Sesenta años pasaron
y sesenta primaveras,
el silencio de aquel viejo
sobre mi pecho golpea.

Mientras que sus asesinos
lucen sobre sus guerreras
medallas, por defensores
de su patria y su bandera.

¡ASESINARON MIS SUEÑOS!
¡PERO MI MENTE RECUERDA!

Jesús Pizarro.