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ALMENDRAL: ¿ESTA POR AQUI EL PIRI?. tendria delito hubiese cambiado...

¿ESTA POR AQUI EL PIRI?. tendria delito hubiese cambiado el habito de la religion por el habito de joerr al projimo.

Eso es lo que pregunta una de las patas del centollo-buche que anda por La Plaza Chica.
No, mocita recia, recia mocita, yo no lo veo. De todos, sólo reconozco tres o cuatro caras. El cura joven con su sotana de diseño tampoco sé cómo se llama o llamaba. Por lo que se ve, son cofrades y se harían la foto para alguna de las Semanas Santas de la época. Es extraño que no haya ninguna mujer pero es que, por entonces, las mujeres todavía no compartían las aulas con los varones, tampoco las asociaciones religiosas. Formaban otras aparte, con el mismo carácter. Había separación por razón de sexo.

Supongo, que Piri, ya habría remontado el vuelo y estaría por Donosti o la Ciudad de los Condes afilando sus entonces tiernas uñas para que con el tiempo se transformaran en garras o, quizá, marcándose un chotís mientras aprendía a extraer la raíz cuadrada de los senos y los cosenos elevados a su máxima hinchazón.

Lo de las garras, sería para ajustarle las cuentas a los presidentes que tenía la CEOE o similares en aquellos tiempos, que, como el de hoy, tampoco pagaban el Seguro, vamos, que ni siquiera aseguraban a los trabajadores.

Eran los tiempos de “todos contra El Régimen”, o todos contra Franco. Aquellos años en que hay algunos que dicen que vencieron en cien mil batallas que nunca llegaron a celebrarse, y otros, que estaban en todas las movidas hubiese batalla o no. Pero, de los que veo en el retrato de familia en cuestión, no creo que ninguno de ellos participaran en aquellos berenjenales. Y menos, correr delante o detrás de los grises.

Por aquellos tiempos, que por lo que veo eran los de los video club y de los guateques con gramola y discos microsurcos, esos en algunos de cuyos surcos se ha quedado clavada la aguja cerebral de una de las patas de nuestro entrañable centollo-buche; trabé amistada con una congregación de frailes franciscanos que regían una parroquia de una populosa barriada donde vivian gente llegadas en aluvión a una gran ciudad. Ellos, aparte de realizar las funciones propias de su credo, participaban activamente en la organización de la nueva sociedad que estaba levantando cabeza y empezaban a romper las cadenas que los mantenía atados a un pasado de ignominia. Eran cuatro, el más viejo, un hombre bastante culto, siempre estaba en la biblioteca de la parroquia, trabajando en alguno de los libros que llegó a publicar y, los más mozos, uno, intentando hacer salir del pozo miserable en que la adicción a ciertas sustancias químicas, habían hecho caer a muchos de aquellas mujeres y hombres desarraigados, procedentes de todas partes de la Península. Los otros dos, uno trabajaba en una empresa codo con codo con los cara tiznadas y el otro se dedicaba a la enseñanza. Nunca los vi de “uniforme” pero sí con los pertrechos propios para decir misa, vestiduras alegres, no tan tétricas como las que yo había visto antes. Sus predicas siempre eran en positivo. Uno creo que ahora es general de su orden. Otro anda por África o América, no sé bien, dando el pecho como siempre hizo. El más mayor, ya hace tiempo que murió y otro, colgó los bártulos y tiene hijos.

Salud.