¡Oiga señor ganadero!
Escuche usted bien, le propongo un buen trato;
usted en sus dehesas cuida de sus animales
y cuando tengan fuerzas y años bastantes
se los vende a precio tasado a un empresario
de esos que gestionan recintos cerrados
con gradas, palcos, asientos y charangas, que dicen plazas.
Con sólo una condición, que no sean asesinados
con lanzas, banderillas negras o blancas ni dardos.
Que el lidiador, con caballo o sin el al que nadie discute valor,
se arremangue hata los codos y haga todos sus alardes,
pero sin martirizarle con arpones, pinchos de colorines o varas
con los que le abre boquetes de donde sale sangre a raudales
que le arrancan fuerza y vida hasta que lo dejan exangüe.
En Portugal ya hace tiempo que lo hacen, menos en Barranco,
ese pueblo que en días aciagos cobijó a tantos españoles
que huían de una orgía de asesinos con pólvora o navajazos
No pasa nada, usted sigue con su trabajo más o menos esforzado,
los toreros con sus desplantes exhibiendo su valor,
el empresario mediador con su negocio de compra y venta,
los de la televisión lucrándose trasmitiendo los lances
y al que le guste la bella estampa del toro, pasándoselo en grande
al contemplar la fusión de la fuerza irracional y la inteligencia emocional.
Comprendo sus razonamientos, la plasticidad del momento,
la emoción del encuentro, el silencio sepulcral y ese ¡ooooh! de admiración
o de horror, que brota de las tensas cuerdas bucales del que está de espectador
al ver; que un hombre rueda muerto en el albero porque el bicho lo enganchó
con uno de sus derrotes al intentar defenderse del dolor que le infringió.
No me venga usted con cuentos diciendo que esto es muy español,
que es de interés cultural, pues, si es cultura la barbaridad,
tiremos a la cabra desde el campanario,
colguémonos del cuello del cisne hasta que se lo arranquemos,
o molamos a la pobre burra vieja a palos y dejémosla luego
por el pescuezo atada hasta que muera asfixiada,
en la marquesina de la parada del autobús de línea.
O colguemos de la rama de un olivo a los famélicos perros
que ya no pueden correr para alcanzar un conejo y nosotros comer.
Me vale lo de la tradición, sí, pero tradición era quemar herejes
vivos en la hoguera fuere por bruja, por envidia o sabio y se abolió.
Todo evoluciona, cambia, muchas veces para mejor, otras no,
y la muestra está en que ahora vemos como matan a distancia
a niños, hombres y mujeres, por televisión, a la hora de comer
y sin que nadie rechiste porque estamos muertos también.
Pero, algún día habrá que despertar de este letargo, ¿o no?
Salud.
Escuche usted bien, le propongo un buen trato;
usted en sus dehesas cuida de sus animales
y cuando tengan fuerzas y años bastantes
se los vende a precio tasado a un empresario
de esos que gestionan recintos cerrados
con gradas, palcos, asientos y charangas, que dicen plazas.
Con sólo una condición, que no sean asesinados
con lanzas, banderillas negras o blancas ni dardos.
Que el lidiador, con caballo o sin el al que nadie discute valor,
se arremangue hata los codos y haga todos sus alardes,
pero sin martirizarle con arpones, pinchos de colorines o varas
con los que le abre boquetes de donde sale sangre a raudales
que le arrancan fuerza y vida hasta que lo dejan exangüe.
En Portugal ya hace tiempo que lo hacen, menos en Barranco,
ese pueblo que en días aciagos cobijó a tantos españoles
que huían de una orgía de asesinos con pólvora o navajazos
No pasa nada, usted sigue con su trabajo más o menos esforzado,
los toreros con sus desplantes exhibiendo su valor,
el empresario mediador con su negocio de compra y venta,
los de la televisión lucrándose trasmitiendo los lances
y al que le guste la bella estampa del toro, pasándoselo en grande
al contemplar la fusión de la fuerza irracional y la inteligencia emocional.
Comprendo sus razonamientos, la plasticidad del momento,
la emoción del encuentro, el silencio sepulcral y ese ¡ooooh! de admiración
o de horror, que brota de las tensas cuerdas bucales del que está de espectador
al ver; que un hombre rueda muerto en el albero porque el bicho lo enganchó
con uno de sus derrotes al intentar defenderse del dolor que le infringió.
No me venga usted con cuentos diciendo que esto es muy español,
que es de interés cultural, pues, si es cultura la barbaridad,
tiremos a la cabra desde el campanario,
colguémonos del cuello del cisne hasta que se lo arranquemos,
o molamos a la pobre burra vieja a palos y dejémosla luego
por el pescuezo atada hasta que muera asfixiada,
en la marquesina de la parada del autobús de línea.
O colguemos de la rama de un olivo a los famélicos perros
que ya no pueden correr para alcanzar un conejo y nosotros comer.
Me vale lo de la tradición, sí, pero tradición era quemar herejes
vivos en la hoguera fuere por bruja, por envidia o sabio y se abolió.
Todo evoluciona, cambia, muchas veces para mejor, otras no,
y la muestra está en que ahora vemos como matan a distancia
a niños, hombres y mujeres, por televisión, a la hora de comer
y sin que nadie rechiste porque estamos muertos también.
Pero, algún día habrá que despertar de este letargo, ¿o no?
Salud.