“1.-Principio de simplificación y del enemigo único.
Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo”.
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El vuelo de la gallinácea, corto y torpe. Leyendo a ese ser tullido, inferior y acomplejado que siempre se expresa en iguales términos cualquiera que sea el mote que en cada momento adopte, uno mocita recia, por muy duende que sea, siente cómo se le revuelve el estómago al percatarse del grado de malignidad que puede albergar en sus intestinos un presunto ser humano. Y digo intestinos, porque no me cabe en la cabeza que pueda tener alma. O sea, quiero decir que ni es hombre ni mujer, ni siquiera es persona. Sólo un saco de babas. Su cabeza carece de cerebro capaz de argumentar algo coherente pero, eso sí, como saco de mierda que es, de ella se alimenta y eso es lo que expande y sobre ella se desliza al desplazarse, por eso te escribo ahora desde esta foto. Bueno, por eso y porque un dibujo vale más que mil palabras.
Ayer a media mañana, cuando tenía ya escrito casi más de medio folio dando sobradas explicaciones para rebatir a un ser infecto, afortunadamente y por circunstancias que no vienen a cuento, hube de dejarlo, pero ahora mismo me alegro, ya que, esa circunstancia, me ha brindado la oportunidad de ver más claro la clase de estómago con el cual pretendía en mi inconsciencia duendil, entablar un diálogo medianamente razonable aunque fuese de mínimos. Lo he borrado todo porque hay bichejos babosos con los que emplear algo de razonamiento, es una lamentable pérdida de tiempo debido a su incapacidad para ejercer semejante función que, por otra parte, es la única que diferencia a una persona de un irracional.
Podría extenderme más mas no quiero, porque tiempo habrá y lectores hay, que extraerán sus propias conclusiones por muy torpes y tontos que esos seres tan rastreros que se consideran ungidos por la gracia de saben las diosas qué divinidad, los consideren. Por eso, acabo con otro de uno de esos sus principios o reglas que usan a diario en su rastrera propaganda:
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“5.-Principio de la vulgarización.
Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
Y recuerda tú, mocita, y tú, amable lector, que estos son los principios que los nazis alemanes y los fascistas italianos y españoles han usado desde que existen. Fueron inspirados por Goebbels y están siendo puestos en práctica a diario. Como podéis constatar cada día leyendo a ciertos repartidores de sus propias mierdas.
Salud.
Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo”.
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El vuelo de la gallinácea, corto y torpe. Leyendo a ese ser tullido, inferior y acomplejado que siempre se expresa en iguales términos cualquiera que sea el mote que en cada momento adopte, uno mocita recia, por muy duende que sea, siente cómo se le revuelve el estómago al percatarse del grado de malignidad que puede albergar en sus intestinos un presunto ser humano. Y digo intestinos, porque no me cabe en la cabeza que pueda tener alma. O sea, quiero decir que ni es hombre ni mujer, ni siquiera es persona. Sólo un saco de babas. Su cabeza carece de cerebro capaz de argumentar algo coherente pero, eso sí, como saco de mierda que es, de ella se alimenta y eso es lo que expande y sobre ella se desliza al desplazarse, por eso te escribo ahora desde esta foto. Bueno, por eso y porque un dibujo vale más que mil palabras.
Ayer a media mañana, cuando tenía ya escrito casi más de medio folio dando sobradas explicaciones para rebatir a un ser infecto, afortunadamente y por circunstancias que no vienen a cuento, hube de dejarlo, pero ahora mismo me alegro, ya que, esa circunstancia, me ha brindado la oportunidad de ver más claro la clase de estómago con el cual pretendía en mi inconsciencia duendil, entablar un diálogo medianamente razonable aunque fuese de mínimos. Lo he borrado todo porque hay bichejos babosos con los que emplear algo de razonamiento, es una lamentable pérdida de tiempo debido a su incapacidad para ejercer semejante función que, por otra parte, es la única que diferencia a una persona de un irracional.
Podría extenderme más mas no quiero, porque tiempo habrá y lectores hay, que extraerán sus propias conclusiones por muy torpes y tontos que esos seres tan rastreros que se consideran ungidos por la gracia de saben las diosas qué divinidad, los consideren. Por eso, acabo con otro de uno de esos sus principios o reglas que usan a diario en su rastrera propaganda:
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“5.-Principio de la vulgarización.
Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
Y recuerda tú, mocita, y tú, amable lector, que estos son los principios que los nazis alemanes y los fascistas italianos y españoles han usado desde que existen. Fueron inspirados por Goebbels y están siendo puestos en práctica a diario. Como podéis constatar cada día leyendo a ciertos repartidores de sus propias mierdas.
Salud.
LA ENVIDIA
La envidia es un fenómeno psicológico muy común que hace sufrir enormemente a muchas personas, tanto a los propios envidiosos como a sus víctimas. Puede ser explícita y transparente, o formar parte de la psicodinámica de algunos síntomas neuróticos. En cualquier caso, la envidia es un sentimiento de frustración insoportable ante algún bien de otra persona, a la que por ello se desea inconscientemente dañar. ¿Por qué?
El envidioso es un insatisfecho (ya sea por inmadurez, represión, frustración, etc.) que, a menudo, no sabe que lo es. Por ello siente consciente o inconscientemente mucho rencor contra las personas que poseen algo (belleza, dinero, sexo, éxito, poder, libertad, amor, personalidad, experiencia, felicidad, etc.) que él también desea pero no puede o no quiere desarrollar. Así, en vez de aceptar sus carencias o percatarse de sus deseos y facultades y darles curso, el envidioso odia y desearía destruir a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación. La envidia es, en otras palabras, la rabia vengadora del impotente que, en vez de luchar por sus anhelos, prefiere eliminar la competencia. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o fracasadas.
Dicho sentimiento forma parte también de ese rasgo humano, el narcisismo, desde el que el sujeto experimenta un ansia infatigable de destacar, ser el centro de atención, ganar, quedar por encima, ser el "más" y el "mejor" en toda circunstancia. Debido a ello, muchas personas se sienten continuamente amenazadas y angustiadas por los éxitos, la vida y la felicidad de los demás, y viven en perpetua competencia contra todo el mundo, atormentadas sin descanso por la envidia. No es ya sólo que los demás tengan cosas que ellas desean: ¡es que las desean precisamente porque los demás las tienen! Es decir, para no sentirse menos o "quedarse atrás". Este sufrimiento condiciona su personalidad, su estilo de vida y su felicidad.
Las formas de expresión de la envidia son muy numerosas: críticas, ofensas, dominación, rechazo, difamación, agresiones, rivalidad, venganzas... A escala individual, la envidia suele formar parte de muchos trastornos psicológicos y de personalidad (p. ej., algunas ansiedades, trastornos obsesivos, depresión, agresividad, falta de autoestima...). En las relaciones personales y de pareja, está involucrada en muchos conflictos y rupturas. En lo social y político, su influencia es inmensa. Por ejemplo, la envidia del poder sexual, emocional y procreador de las mujeres alimenta el machismo. La envidia de la fuerza y libertad del varón refuerza el feminismo. La envidia de los pobres y resentidos estimula sus violentas revoluciones e igualitarismos. La envidia de los poderosos fomenta sus luchas intestinas. La envidia de los narcisistas y codiciosos nutre los concursos millonarios de televisión y sus audiencias. La mutua envidia de las mujeres robustece el colosal negocio de la belleza y la moda, así como la de los hombres excita su frenética competitividad. La envidia sexual es el combustible del morbo y la prensa rosa. Las envidias económicas desenfrenan el motor consumista... Etcétera.
No hay que confundir la envidia con los celos, que son sentimientos muy distintos. La envidia nace de las carencias del sujeto, que quiere destruir al objeto-espejo. Los celos, en cambio, nacen del miedo a perder el afecto de la persona amada, a la que se quiere conservar. No obstante, ambos sentimientos pueden ir juntos. Por ejemplo, cuando una persona ataca a su pareja infiel y al (o la) amante de ésta diciendo que lo hace por "celos", a menudo una gran parte de su rabia procede también de su envidia inconsciente, ya que el despechado/a deseaba secretamente ser infiel sin atreverse a ello, mientras que sus engañadores se le adelantaron. Por eso ahora se siente herido/a y humillado/a en su orgullo.
En suma, cuanto más débil, insatisfecha o narcisista es una persona, tanto más envidiará a la gente que posea lo que a ella le falta. La envidia sólo se cura concienciando y resolviendo las propias carencias y facultades, a través de un proceso de crecimiento emocional. La persona madura no envidia a nadie.
© JOSÉ LUIS CANO GIL
Psicoterapeuta y Escritor
Texto revisado: Feb/2009
La envidia es un fenómeno psicológico muy común que hace sufrir enormemente a muchas personas, tanto a los propios envidiosos como a sus víctimas. Puede ser explícita y transparente, o formar parte de la psicodinámica de algunos síntomas neuróticos. En cualquier caso, la envidia es un sentimiento de frustración insoportable ante algún bien de otra persona, a la que por ello se desea inconscientemente dañar. ¿Por qué?
El envidioso es un insatisfecho (ya sea por inmadurez, represión, frustración, etc.) que, a menudo, no sabe que lo es. Por ello siente consciente o inconscientemente mucho rencor contra las personas que poseen algo (belleza, dinero, sexo, éxito, poder, libertad, amor, personalidad, experiencia, felicidad, etc.) que él también desea pero no puede o no quiere desarrollar. Así, en vez de aceptar sus carencias o percatarse de sus deseos y facultades y darles curso, el envidioso odia y desearía destruir a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación. La envidia es, en otras palabras, la rabia vengadora del impotente que, en vez de luchar por sus anhelos, prefiere eliminar la competencia. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o fracasadas.
Dicho sentimiento forma parte también de ese rasgo humano, el narcisismo, desde el que el sujeto experimenta un ansia infatigable de destacar, ser el centro de atención, ganar, quedar por encima, ser el "más" y el "mejor" en toda circunstancia. Debido a ello, muchas personas se sienten continuamente amenazadas y angustiadas por los éxitos, la vida y la felicidad de los demás, y viven en perpetua competencia contra todo el mundo, atormentadas sin descanso por la envidia. No es ya sólo que los demás tengan cosas que ellas desean: ¡es que las desean precisamente porque los demás las tienen! Es decir, para no sentirse menos o "quedarse atrás". Este sufrimiento condiciona su personalidad, su estilo de vida y su felicidad.
Las formas de expresión de la envidia son muy numerosas: críticas, ofensas, dominación, rechazo, difamación, agresiones, rivalidad, venganzas... A escala individual, la envidia suele formar parte de muchos trastornos psicológicos y de personalidad (p. ej., algunas ansiedades, trastornos obsesivos, depresión, agresividad, falta de autoestima...). En las relaciones personales y de pareja, está involucrada en muchos conflictos y rupturas. En lo social y político, su influencia es inmensa. Por ejemplo, la envidia del poder sexual, emocional y procreador de las mujeres alimenta el machismo. La envidia de la fuerza y libertad del varón refuerza el feminismo. La envidia de los pobres y resentidos estimula sus violentas revoluciones e igualitarismos. La envidia de los poderosos fomenta sus luchas intestinas. La envidia de los narcisistas y codiciosos nutre los concursos millonarios de televisión y sus audiencias. La mutua envidia de las mujeres robustece el colosal negocio de la belleza y la moda, así como la de los hombres excita su frenética competitividad. La envidia sexual es el combustible del morbo y la prensa rosa. Las envidias económicas desenfrenan el motor consumista... Etcétera.
No hay que confundir la envidia con los celos, que son sentimientos muy distintos. La envidia nace de las carencias del sujeto, que quiere destruir al objeto-espejo. Los celos, en cambio, nacen del miedo a perder el afecto de la persona amada, a la que se quiere conservar. No obstante, ambos sentimientos pueden ir juntos. Por ejemplo, cuando una persona ataca a su pareja infiel y al (o la) amante de ésta diciendo que lo hace por "celos", a menudo una gran parte de su rabia procede también de su envidia inconsciente, ya que el despechado/a deseaba secretamente ser infiel sin atreverse a ello, mientras que sus engañadores se le adelantaron. Por eso ahora se siente herido/a y humillado/a en su orgullo.
En suma, cuanto más débil, insatisfecha o narcisista es una persona, tanto más envidiará a la gente que posea lo que a ella le falta. La envidia sólo se cura concienciando y resolviendo las propias carencias y facultades, a través de un proceso de crecimiento emocional. La persona madura no envidia a nadie.
© JOSÉ LUIS CANO GIL
Psicoterapeuta y Escritor
Texto revisado: Feb/2009