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ALMENDRAL: A muchos yanquis, casi les ha dado un patatús cuando...

A muchos yanquis, casi les ha dado un patatús cuando han visto a un actor malagueño muy conocido por sus películas, con el capirote que usaban los del KKK en sus rituales asesinos, pero no es para tanto porque, ese capuz, capirote o cucurucho, se usaba por estas latitudes en la edad media para humillar a los condenados a muerte cuando los paseaban por las calles camino del cadalso, montados en un burro, mulo o caballo, con la muy loable intención, de que la gente reparase mejor en ellos y el escarnio y la burla fuese más hiriente. Todo el montaje iba encaminado en esa dirección, como advertencia para la plebe poco convencida de las virtudes del único credo permitido, de lo que les podía pasar si no comulgaban con esa idea y, esta, la plebe, en cruel jolgorio y algarabía, acompañaba a la comitiva y tildaban al reo, de “tonto de capirote” mientras les tiraban fruta podrida y más de un peñascazo, como si el verse en esa tesitura fuese plato fácil de tragar. Además, los vestían con un saco de los de pita, al que le habían hecho tres agujeros, uno para meter la cabeza y dos para sacar los brazos, en el que escribían la naturaleza del crimen cometido. Luego ya, le pegaban fuego entre el “natural entusiasmo”

Por lo que se ve, por entonces todavía no había ni teleboba ni arradios y ni los heraldos ni los pregoneros podían hacer correr la voz muy lejos, pero su efecto sobre una población analfabeta y maleable, tenía que ser de una contundencia incuestionable. El acto final, normalmente culminaba en una plaza o encrucijada señalada al efecto para estos asuntos. En nuestro pueblo, el Almendral, supongo que sería en El Royo, desaparecido por arte de magia y que las buenas bífidas lenguas del asentamiento, creen que estaba en el cruce de las calles que lleva ese nombre y lo que salía al camino de la entonces Villanueva de Albarcarrota. En la entrada de La Torre según según se entra por el Oeste, todavía está. Y en Nogales, según se llega desde Salvaleón, también. (Ver fotos). Era la picota, el picaero. Los cadáveres quedaban allí a la intemperie, hasta que las carnes y fluidos iban desapareciendo por la acción de los buitres, el sol y los vientos. Como ejemplo.

Más adelante en el tiempo, los penitentes que se manifestaban públicamente para mostrar sus culpas ante los ojos divinos y ante los hombres, como manera de expiarlas, empezaron a colocarse el gorro puntiagudo al que le añadieron un tela para tapar la cara, con dos agujeros para ver con los ojos guiñainos o no, y el saco, pero ya bendecido por un cura. De ahí su nombre, el sambenito, o sea, bendecido.

Copiada la escenificación por los irlandeses, llegó a las Américas del Norte y lo popularizó el Ku Klux Klan, una organización que hizo estragos entre los esclavos negros y cuya mención, aún produce escalofríos en ciertas desfavorecidas capas sociales.

Hoy, la cosa ya no es así. Da gusto ver las ricas túnicas bordadas algunas, blancas, como las capas que sólo podían usar los caballeros mitad monjes, mitad soldados. No los demás. Otras, más sencillas, moradas o de otro color.
Es obvio decir, que las señoras también se engalanan y lucen sus mejores y recatados “atrezzos” ornados para la ocasión con aditamentos en oro o plata, entre los que hay uno que siempre me causó cierta perplejidad, es una salamandra o lagartija en metal precioso que se colocaban bien visible en el vestido que era (y supongo sigue siendo) de tonos oscuros.

Que la cosa es más complicada, lo sé.
Que quizá esté equivocado en algunos detalles, también, a fin de cuentas, ¿qué se va esperar de un jaramago más conocido por sus “incondicionales admiradores” con el mote de “el yerbas o el camaleón? Pero es que la historia está ahí, viva, a disposición de toda aquella gente “buena o mala”, que quiera mirar atrás sin ira y sin perder de vista el presente y el futuro que se avecina. Sobre todo en nuestro País, tan maltratado siempre por nosotros mismos del que se dice, que siempre vamos corriendo detrás de los curas, unas veces con velas y otras, con una lata de gasolina.

Salud.