Vamos a llamarlo coincidencias.
Pero yo creo que no, que lo que pasa, es que hay temporadas en que una especie de energía vaporosa flota en el ambiente y, de manera inconsciente, se transmite de unos seres a otros.
Digo esto mocita de la fuente seca del concejo del almendral sin almendros, porque últimamente, y a pesar de que la mayoría de obras públicas que se ha acometido en nuestras Españas hayan estado sufragadas por la UE, parece como si estas próximas elecciones fueren una cosa que sólo interesa a unos cuantos. Al parecer políticos o actores similares.
Esta madrugada pasada, te hablaba de la campaña perruna en la que se han involucrado los que aspiran a alcanzar alguna teta en Bruselas y, hoy, al leer a ese bue periodista que es Josep Cuní, observo que la idea que la ciudadanía tiene al respeto del asunto, está bastante extendida, así que plagio y pego sin vergüenza ninguna, por si alguien tiene ganas de leer un rato.
(Una crisis es un momento decisivo y de consecuencias importantes. Dependiendo, pues, de cómo se ataje, el resultado será positivo o negativo. Por eso nos repiten hasta la saciedad que hay que mirar el momento actual como el adecuado para replanteárnoslo todo. Pero he aquí que este discurso optimista, hoy imprescindible, falla por su base política justo a las puertas de unas elecciones que, de motivar, motivan poco o nada. Y ahí radica el problema. Más allá de lo decepcionante que nos resulte la Europa actual, la abstención que nos acecha tiene estos días motivos suficientes para aumentar. Por un lado, porque no parecen los partidos dispuestos a hablarnos de aquello que sus representantes van a defender en Bruselas o Estrasburgo. Por otro, porque la mirada permanente a sus ombligos les produce una reacción de retroalimentación que hastía al ciudadano, si no le deja indiferente por ajeno. Pero ellos dale que te pego con sus mismos ataques, que son percibidos como la enésima representación de una mala comedia. De hecho, la obra solo entretiene a los adeptos capaces de subirse a un autocar para acudir al acto capitalino y aplaudir al líder con el mismo ardor de fans que las adolescentes ante su ídolo. Entusiasmo que deriva en desenfreno cuando el orador atiza al contrario, eje de todos los males. Y así llevamos 30 años largos sin que se den por aludidos ni por las voces críticas ni por los silencios despectivos. Toda esta teatralidad pensada para ser enseñada por televisión llega a su punto G por la sensación de poder que tienen los responsables de las campañas de controlar también los espacios televisivos destinados a informar a la ciudadanía. La noticia se convierte en propaganda, y esta, en rueda de molino con la que pretenden hacer comulgar a la sociedad. Saben, y sobre todo sabemos, que no cuela, pero poco importa si su dicha es buena. Y mezclan conceptos y juegan a estrategas, como los niños con el ordenador o la consola. Por eso poco importa que se salten a la torera el respeto debido al contrincante, que luego exigirán para consigo cuando sean ellos los destinatarios de las infamias. O que se confundan los poderes del Estado hasta contaminarlos como si todos fueran uno.
Omisión
Hoy lo está haciendo el PP con el caso Gürtel. Ya saben, el de los trajes sin factura de Francisco Camps y otras menudencias del imputado presidente valenciano. Manifestaciones públicas en su apoyo, como ayer las tuvieron los condenados por los GAL o, anteayer, los investigados por Banca Catalana. Personas de buena fe que salen a la calle a protestar por una acción judicial que creen improcedente cuando el inculpado es de los suyos, pero que consideran imprescindible cuando es de los otros. Conspiraciones políticas que socavan la independencia judicial y nos presentan a los togados como ejecutores de decisiones partidistas. No digo que esto no pueda suceder. Escribo que esto no ayuda al sistema. Al contrario, viene a erosionar el Estado de derecho con el que se llenan la boca cada día sin que les huela el aliento con el que salpican el cogote que persiguen. No pidan luego confianza en los tribunales ni les extrañe que la ciudadanía les condene con una sentencia electoral demoledora. Ya sé que quien se lleva la victoria no se preocupa después de las consecuencias de su procedimiento. Y la noche electoral todos ganan. También sé que, mientras, el sistema se atrofia).
Sólo le a faltado decirnos que hagamos el favor de ser idiotas, que al parecer es lo que piensan de nosotros quienes manejan nuestra barca y caudales.
Salud.
Pero yo creo que no, que lo que pasa, es que hay temporadas en que una especie de energía vaporosa flota en el ambiente y, de manera inconsciente, se transmite de unos seres a otros.
Digo esto mocita de la fuente seca del concejo del almendral sin almendros, porque últimamente, y a pesar de que la mayoría de obras públicas que se ha acometido en nuestras Españas hayan estado sufragadas por la UE, parece como si estas próximas elecciones fueren una cosa que sólo interesa a unos cuantos. Al parecer políticos o actores similares.
Esta madrugada pasada, te hablaba de la campaña perruna en la que se han involucrado los que aspiran a alcanzar alguna teta en Bruselas y, hoy, al leer a ese bue periodista que es Josep Cuní, observo que la idea que la ciudadanía tiene al respeto del asunto, está bastante extendida, así que plagio y pego sin vergüenza ninguna, por si alguien tiene ganas de leer un rato.
(Una crisis es un momento decisivo y de consecuencias importantes. Dependiendo, pues, de cómo se ataje, el resultado será positivo o negativo. Por eso nos repiten hasta la saciedad que hay que mirar el momento actual como el adecuado para replanteárnoslo todo. Pero he aquí que este discurso optimista, hoy imprescindible, falla por su base política justo a las puertas de unas elecciones que, de motivar, motivan poco o nada. Y ahí radica el problema. Más allá de lo decepcionante que nos resulte la Europa actual, la abstención que nos acecha tiene estos días motivos suficientes para aumentar. Por un lado, porque no parecen los partidos dispuestos a hablarnos de aquello que sus representantes van a defender en Bruselas o Estrasburgo. Por otro, porque la mirada permanente a sus ombligos les produce una reacción de retroalimentación que hastía al ciudadano, si no le deja indiferente por ajeno. Pero ellos dale que te pego con sus mismos ataques, que son percibidos como la enésima representación de una mala comedia. De hecho, la obra solo entretiene a los adeptos capaces de subirse a un autocar para acudir al acto capitalino y aplaudir al líder con el mismo ardor de fans que las adolescentes ante su ídolo. Entusiasmo que deriva en desenfreno cuando el orador atiza al contrario, eje de todos los males. Y así llevamos 30 años largos sin que se den por aludidos ni por las voces críticas ni por los silencios despectivos. Toda esta teatralidad pensada para ser enseñada por televisión llega a su punto G por la sensación de poder que tienen los responsables de las campañas de controlar también los espacios televisivos destinados a informar a la ciudadanía. La noticia se convierte en propaganda, y esta, en rueda de molino con la que pretenden hacer comulgar a la sociedad. Saben, y sobre todo sabemos, que no cuela, pero poco importa si su dicha es buena. Y mezclan conceptos y juegan a estrategas, como los niños con el ordenador o la consola. Por eso poco importa que se salten a la torera el respeto debido al contrincante, que luego exigirán para consigo cuando sean ellos los destinatarios de las infamias. O que se confundan los poderes del Estado hasta contaminarlos como si todos fueran uno.
Omisión
Hoy lo está haciendo el PP con el caso Gürtel. Ya saben, el de los trajes sin factura de Francisco Camps y otras menudencias del imputado presidente valenciano. Manifestaciones públicas en su apoyo, como ayer las tuvieron los condenados por los GAL o, anteayer, los investigados por Banca Catalana. Personas de buena fe que salen a la calle a protestar por una acción judicial que creen improcedente cuando el inculpado es de los suyos, pero que consideran imprescindible cuando es de los otros. Conspiraciones políticas que socavan la independencia judicial y nos presentan a los togados como ejecutores de decisiones partidistas. No digo que esto no pueda suceder. Escribo que esto no ayuda al sistema. Al contrario, viene a erosionar el Estado de derecho con el que se llenan la boca cada día sin que les huela el aliento con el que salpican el cogote que persiguen. No pidan luego confianza en los tribunales ni les extrañe que la ciudadanía les condene con una sentencia electoral demoledora. Ya sé que quien se lleva la victoria no se preocupa después de las consecuencias de su procedimiento. Y la noche electoral todos ganan. También sé que, mientras, el sistema se atrofia).
Sólo le a faltado decirnos que hagamos el favor de ser idiotas, que al parecer es lo que piensan de nosotros quienes manejan nuestra barca y caudales.
Salud.